El adiós evitable al último horno tradicional de Calp
Paca y Pascual, los panaderos durante los últimos 19 años, se jubilan y buscan relevo para evitar el cierre del centenario «Forn María»
El poeta Agustín García Calvo le cantó al «pan de masa buena». El pan del «Forn María» es de masa buena, masa madre y masa paciente. Pan de tierna miga y crujiente corteza. El «Forn María» es uno de esos hornos de siempre que hace pueblo y que está abocado a cerrar si no ocurre un milagro de la dimensión de aquel de los panes y los peces. El milagro es que aparezcan panaderos con la vocación, el oficio y la dedicación de Paca y Pascual, quienes han dado lumbre a este negocio durante los últimos 19 años.
El «Forn María» está en la calle Llibertat de Calp, en pleno casco antiguo. El «Forn María» fue antes «Forn Noelia» y antes «Forn Vicentica». «¿Qué si es centenario? Y tanto que lo es. Vicentica fue una vecina que vivió 104 años y muchos de ellos los pasó al frente de esta panadería», afirma Paca. «Este horno es historia», añade Pascual.
Este matrimonio se jubila. Paca es de Gata de Gorgos y Pascual de Pedreguer. Sabían de qué iba el oficio y hace 19 años les surgió la oportunidad de hacerse cargo de este negocio. «Ha sido una locura. Ha funcionado muy bien», destaca Paca.
Ahora ella tiene problemas de vista y él está a punto de cumplir 65 años y está delicado de las piernas. El horno, el último tradicional que sobrevive en Calp, les ha dado mucho. Ellos han trabajado «de valent». Han horneado pan todos los días y también han elaborado cocas, empanadillas, dulces, monas de Pascua...
Además, este horno de leña ha sido también un poco de todos los vecinos. Acudían con sus «coques de llanda», sus «arrosos al forn» o, en Navidad, con los cochinillos y corderos o con las bandejas de pimientos y berenjenas. Pascual metía esas elaboraciones caseras en el horno y luego los vecinos acudían a recogerlas. Todo es más suculento cuando se hace a leña.
Pascual recuerda que en los días de «bous al carrer» de las fiestas de agosto de Calp llegaban a elaborar 1.200 cocas. También dice que compraba 1.500 huevos para ponerlos en las monas de Pascua, es decir, que horneaba todos estos dulces, así como la tira de panes quemados.
Paca y Pascual admiten que tras la pandemia ya nada ha sido igual. Se aceleró el cambio en los hábitos de compra. Eso de ir al horno del pueblo o del barrio a comprar el pan artesano se está perdiendo. «Aquí es que no tenemos clientes, sino amigos. Viene a comprar la gente del pueblo y nos apreciamos», apunta Paca. Estas panaderías hacen comunidad y dan vida a los centros históricos.
Este matrimonio se jubila y pasa el relevo. Pero ¿hay relevo? En la puerta del «Forn María» está el cartel de «se traspasa». «Ojalá llegue alguien con ganas y oficio al igual que llegamos nosotros hace 19 años. Yo estoy dispuesto a enseñarles durante 6 meses todo lo que sé. Este negocio no debe perderse», expresa Pascual.
Un horno de siempre que también ha sido «escuela»
Pascual es un apasionado de su oficio. Afirma que le motivan los retos y que uno fue el de aprender a elaborar el pan con masa madre. También recuerda que este horno de alguna forma ha sido «escuela». Dice que un día acudió un maestro y le planteó que fuera al colegio a dar una charla sobre el pan y el trabajo del panadero. Él propuso que fueran los alumnos los que visitaran al horno y amasaran sus propios panes. Y así se hizo. Los escolares alucinaban. El proceso era para ellos mágico.
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