El 5 de junio de 1938 los trabajadores de la siderurgia de Sagunt -entre los que se incluían más de un centenar de mujeres- recibieron una visita inesperada. Era el jefe de Gobierno republicano, Juan Negrín, que quería con su presencia rendir homenaje a unos obreros y obreras que llevaban meses sin cesar de producir ni un solo día, pese a los intensos bombardeos que sufrían por parte de la aviación italiana y alemana.

Ese mismo día, de hace ahora ochenta años, el Diario Oficial del Ministerio de Defensa publicaba la orden del gobierno concediendo a Sagunt la Medalla al Valor y a los obreros siderúrgicos «de ambos sexos» la Medalla al Deber. En su justificación el decreto destacaba como «la población civil de Sagunto ha mostrado como con sus serenas reacciones ante los ciento treinta bombardeos que ha sufrido de la aviación italogermana, el temple heroico de nuestro pueblo». Y añadía: «los obreros de la siderúrgica ocupan por derecho derivado de su conducta ejemplar, abnegada y valiente, el primer puesto en la escala de los méritos generales».

Los ataques aéreos, y también por mar, contra Sagunt habían comenzado de forma sistemática en marzo de 1937. Las primeras bombas caerán, pues, sobre la ciudad pocas semanas después de que lo hicieran sobre la población civil de Almería, Durango o Guernica, poniendo de manifiesto una estrategia de los mandos franquistas que no renunciaba al terror para minar la moral de la retaguardia republicana. En total la ciudad contabilizó a lo largo de la guerra unos 134 ataques aéreos. El más letal tendría lugar el 22 de diciembre de 1937 con más de una treintena de muertos y centenares de heridos.

A ello se añadía otro hecho importante. Tras la caída de Bilbao, la factoría de Sagunt, reconvertida en fábrica de armamento, sería la única siderurgia que quedaba en territorio republicano. Además, su condición de puerta hacia Aragón, donde se encontraba el frente, le convertía en un punto estratégico para los ataques enemigos.

A partir de enero de 1938, la situación se agravó con la caída de Teruel y el avance de las tropas franquistas hace el Mediterráneo. Sagunt se convierte entonces en la última trinchera de una Valencia sede del gobierno republicano. La ciudad adquirirá una carga simbólica especial y la actitud de los trabajadores siderúrgicos frente a las bombas vendrá a encarnar la consigna lanzada por Negrín en aquellos difíciles días: «Resistir, resistir, resistir».

Un hombre tomará conciencia en esos días de la fuerza emocional que proyectaba Sagunt. Se trataba de Fernando Vázquez Ocaña, periodista andaluz, director durante la guerra de El Mercantil Valenciano y La Vanguardia, mano derecha en la sombra de Negrín. El 9 de febrero de 1938, Vázquez publicará un primer artículo en El Mercantil Valenciano que, bajo el título de Otra vez Sagunto, destacará cómo la ciudad está lista a repetir la gesta vivida contra Aníbal, solo que ahora protagonizada por un «insólito heroísmo: el del trabajador».

A partir de ese momento, las páginas del periódico valenciano y del catalán se llenarán de reconocimiento a la ciudad. Y poco a poco, también las del resto de diarios republicanos. Con aquellos artículos y reportajes llegarán pronto los homenajes: el 3 de abril de 1938 el Socorro Rojo Internacional organizaría el primero en el Teatro Olimpia de Valencia. Pocos días después de aquel acto, El Mercantil Valenciano hará un llamamiento al gobierno para que sea el gobierno quien reconozca la resistencia de los saguntino. El 21 de mayo, será el diario comunista Verdad quien tome el testigo y reivindique para la ciudad la Medalla al Valor que, finalmente, le sería entregada aquel 5 de junio.

En su visita aquel día a los trabajadores saguntinos, Negrín lanzó un emotivo discurso: «El tiempo es sangre», les recordó. Con aquella consigna reivindicaba la necesidad de resistir en el puesto de trabajo «porque del esfuerzo con que se trabaje depende la victoria». Durante años el recuerdo de aquella resistencia saguntina perduró en el imaginario republicano. Aunque no fue en la victoria, sino en el exilio.