No elogio en absoluto una pasada sublevación militar ni la fratricida contienda que sufrimos en España. Tampoco me pararé a analizar los motivos y la situación de España en aquellos años, entre otras cosas porque las leyes de memoria histórica y democrática nos vetan de tal derecho, a mi modo de ver, fundamental.

Tan sólo quiero aprovechar estas líneas para manifestar mi homenaje a los 40 vecinos nuestros que fueron asesinados tras una semana de encarcelamiento y sufrimiento vejatorio por el único delito de ser católicos, defensores de la Iglesia y por lo tanto de unas ideas un tanto más conservadoras.

Dicen que fue como venganza a las muertes en la Puebla de Valverde días antes. Este suceso desgraciado y cuyas víctimas también merecen nuestra memoria y respeto, pudo ser el incentivo, la gota que colmó el vaso de esos librepensadores y ‘demócratas’, cuyo único fin era acabar con la Iglesia y con aquellas ideas que la defendían. Pero no fue éste el único motivo del suceso, pues no fueron arrebatando vidas sin más hasta llegar al número de las otras víctimas, sino que sabían muy bien a quien escogían y el porqué, por eso, además de unas víctimas, les consideramos Mártires, pues murieron in odium fidei, confesando su fe y perdonando a los verdugos.

Es por eso por lo que hoy conmemoramos a 40 Mártires que derramaron su sangre por Dios y por ello merecieron coronas triunfales. Dieron su vida exclamando ¡viva Cristo Rey!, y por si el derramamiento de sangre no fuera suficiente, murieron absueltos de toda culpa dos veces; primero por su compañero de martirio, el reverendo Llorens, e instantes antes del fusilamiento, por el reverendo Climent, natural de Estivella y párroco de Benavites, que, huyendo de las hordas anticlericales, se encontraba escondido en una montaña próxima y, al ver las luces y oír los lloros de las víctimas, les dio la absolución. Al instante oyó los gritos y disparos.

Reconciliación. Una prueba de verdadera Reconciliación la tenemos, por ejemplo, en la familia Pallarés (sin olvidar a las demás), cuando la viuda de Joaquín hizo jurar a sus hijos ante una toalla empapada de sangre de su difunto esposo no vengarse jamás ni tomar represalias contra los verdugos de su padre… Eso sí es una lección de Amor, Perdón y Paz que sólo la fe católica puede propiciar.

Es necesario, pues, y de justicia, que esta parte de la memoria histórica no sólo no se vete sino se enseñe y divulgue, y que se realicen homenajes a estas venerables personas y a sus familias, sin banderas anticonstitucionales ni nada similar, sin distintivos divisores, sin otros emblemas que la Cruz que con Amor reconstruye lo que el odio y rencor ocasionó, esa que ellos aceptaron y por la cual dieron la vida, y en la que sus familiares se aferraron en los momentos más dolorosos y espinosos.

Es por eso que el 26 de agosto debe ser un día de Paz y Reconciliación como los Mártires y sus familiares hicieron, y a la vez, de recuerdo y sentido homenaje a estas víctimas que no cayeron en el frente en la lucha de un ideal, fuere el que fuera, sino que fueron raptados de sus casas, encarcelados, humillados y posteriormente asesinados.

Alfombra de sangre. Desde aquí mi recuerdo y homenaje a estas víctimas de la incívica guerra y junto con ellas todas las demás, de una parte y otra. Víctimas hay en las dos partes, pero hoy, 26 de agosto, es el aniversario de unos y por desgracia tan olvidados por la sociedad y sin ningún homenaje público. Otros sí reciben homenajes y flores costeadas con dinero público, y está bien, pues ellos y sus familiares merecen nuestro respeto, pero también lo merecen los Mártires de aquel último miércoles de agosto de 1936 en que se tiñó una alfombra de sangre martirial desde Algimia hasta el Cielo.