Estoy convencido que la enorme afición desatada con la F1 entre los valencianos, pasa necesariamente por la figura de Fernando Alonso —no en balde se crío deportivamente aquí— y por el estruendo similar a nuestras mascletas. Sea como fuere, hoy tenemos la inmensa suerte de tener en Valencia y rodando por las calles, a esos 17.000 caballos de potencia que fascinan a medio mundo, y que llevan de cabeza, a Bernie Ecclestone. Es innegable que a pesar de la crisis que se padece en el mundo, la F1 tiene un gran tirón; lo que ocurre es que la mayoría de personas no pueden estirar más la manga, y se requiere de mucha imaginación para llenar todas las gradas. Pero hoy es un gran día para los valencianos por el simple hecho de poder disfrutar de una de las 19 carreras elegidas en todo el mundo, ver por nuestras calles a los pilotos y equipos de la F1, y contar con ese entusiasmo contagioso de la «mujer de rojo», Rita Barberá, que eligió el color Ferrari hace ya muchos años. La alcaldesa ha vuelto a estar a pie de pista, como ella acostumbra, arremangándose si hace falta, facilitando la labor a todos y vendiendo su producto que es Valencia. Es un evento muy caro, pero no siempre lo más barato es lo más rentable. El impacto económico sobre la sociedad valenciana es evidente, cada uno da unas cifras y arrima el ascua a su sardina, pero hay que intentar que las arcas institucionales se resientan el mínimo y que lleguen ingresos de fuera al máximo. Nuestro presidente, Francisco Camps, ha dado la cara siempre por este evento como gran apuesta de futuro, sólo le han fallado las circunstancias aderezadas con una crisis económica profunda. Hoy, en toda Valencia se oirá el rugir de los motores —lo siento por los que no les gusta— y al mismo tiempo nos contemplarán cientos de millones a través de las televisiones. Vuelve a ser una oportunidad única de dar a conocer Valencia y los valencianos.