Francés de nacimiento, pero de ascendencia portuguesa, Ruben Alves acaba de estrenar en España su primer largometraje, ´La jaula dorada´, sobre una familia lusa afincada en la capital gala y a la que, gracias a una herencia, se le abre la posibilidad de volver a su país de origen con la cabeza muy alta.

Alves, pese a tocar el delicado asunto de la emigración, ha elegido el género de la comedia para su debut en la gran pantalla (no biográfico exactamente, pero sí inspirado en sus propios padres), porque se confiesa un hombre optimista y porque, en su opinión, aligerar los asuntos profundos facilita su llegada y comprensión por parte del público.

¿Cómo ha llegado a su primer largometraje?

Siempre he actuado y escrito. Hace doce años, a la edad de veinte años, ya había hecho mi primer cortometraje. Desde entonces, las ganas de contar cosas nunca me han abandonado. Después escribí un guión sobre unos franceses expatriados, que vivían en Lisboa. Como ve, ya tenía el tema muy metido en la cabeza. Hugo Gélin, amigo mío desde la infancia, con quien ya había trabajado, y Laëtitia Galitzine, mis dos productores, me animaron a dejar de marear la perdiz y a empezar a hablar de lo que más me inquietaba. Luego vi un reportaje sobre una portera portuguesa en París, de un barrio elegante. Hablaba de su vida, de lo que hacía. La última pregunta que le hizo el periodista fue si pensaba volver algún día a Portugal, treinta cinco años después de haberse marchado. Respondió que sí, que había pensado volver a su país natal, pero que se sentía tan bien en su pequeña jaula dorada€. Su respuesta vino a cristalizar lo que yo quería decir. Para mí se trataba de hablar de algo que conocía de cerca, ya que nací en Francia, de padres portugueses. Mis padres vinieron a Francia a la edad de dieciocho años, dejando atrás la pobreza y el fascismo portugués. Mi padre hacía todo tipo de trabajos, siempre en el mundo de la construcción, y mi madre era portera.

¿Cómo ha construido la intriga de la historia?

Para mí, la historia tenía que girar alrededor de esta familia, esa pareja con sus hijos. Sin presentar en modo alguno un catálogo de tipologías, he elegido a los personajes en función de lo que pude sentir a mi alrededor, a veces incluso entre inmigrantes que no fuesen portugueses. La película también habla de la manera de asumir el estatus social y la historia. Eso va más allá de un solo país. Me ciño simplemente a lo que mejor conozco, lo que más me toca. Pero el ejemplo tiene un valor de símbolo. En Francia, cuando uno explica que es portugués, la gente a menudo dice que es trabajador, discreto, y a continuación pregunta si no conoce a alguien que le pueda hacer un trabajo de fontanería, de pintura, una mudanza€ Y la cosa se queda ahí. Es decir, se cae enseguida en el tópico. Existe una imagen de cada país, a menudo una imagen muy limitada. Ningún país se escapa a ello, ni siquiera Francia. Contar esta historia fue, para mí, la oportunidad de tender un espejo cálido y agradable ante las cosas, hablando de una familia.

La suya es una película muy coral. ¿Cómo ha hecho para dirigir a todos esos actores, precedentes de horizontes tan diferentes?

Para empezar, tirando de lo afectivo. En el tiempo que llevo en este oficio, observo a mis amigos directores y algunos me aconsejan hacer las cosas así o asá. Es cierto que la técnica y las reglas son importantes, pero siempre llega un momento en que hay que dejar todo eso de lado. Porque, al fin y al cabo, cada vez que he procurado hacer lo que procede técnicamente, aquello no funcionaba. Así que sigo mi instinto. No me considero un realizador. Para mí, es cuestión de instinto. Mi objetivo no es practicar tal o cual oficio, sino transmitir emociones tan fuertes como las que yo siento en mi propia vida.

¿Cómo ha vivido el rodaje de su primer largometraje?

Curiosamente, con bastante serenidad. Tenía ganas de contar esa historia. Todo se hizo imbuido de energía y de calor humano. Tengo muchas ganas de hacer una segunda película. Igual en esa segunda película no hay ningún portugués, pero espero hacerla con la misma energía, la misma humanidad, y hablar con sentimientos honestos de las cosas que nos conmueven a todos.