El más clásico de los directores modernos regresa con una historia que habría firmado el mismísimo Coppola.

Y no sólo por esa disección de la inmigración y sus bajos fondos que forjó Estados Unidos, sino por esa estética sepia, directamente tomada de El Padrino y su director de fotografía Gordon Willis.

Un Joaquin Phoenix en estado de gracia se recrea en un personaje hecho a su medida, turbio, romántico y en permanente conflicto fraternal con Jeremy Renner.

Ante ambos titanes, flojea un poco Marion Cotillard, pero la película, a pesar de sus problemas de distribución (fue ninguneada por los hermanos Weinstein, motivo de su tardío estreno), es una obra maestra de principio a fin.