No formará parte de la antología de los mejores largometrajes de animación de los estudios Pixar, por supuesto, pero es una contribución estimable al género en su vertiente más infantil y tiene motivos para entretener, sobre todo, al auditorio menudo. Fruto de la fascinación que los dinosaurios siguen ejerciendo sobre los pequeños, es una historia que suena, desde luego, a conocida y que realza, sobre todo, la amistad y, en segundo término, la responsabilidad, la madurez, la generosidad y el valor.

Plantea la hipótesis de que los gigantescos reptiles antidiluvianos no se hubieran extinguido y que, incluso, hubieran coexistido con el ser humano, desarrollando en ese contexto la relación entre un pequeño apatosaurus y un niño. Lo sorprendente es que mientras el animal habla, el hombre, que camina a cuatro patas, solo se expresa con aullidos.

Primer largometraje como director de Peter Sohn, que lleva una larga experiencia en el campo de la animación, se vale de una historia original que, sin embargo, bebe en las fuentes creativas de numerosos productos del género y del cine para jóvenes. Es la crónica del paso de la infancia al ser adulto de un dinosaurio, Arlo, que nace con el complejo de ser el más pequeño y frágil de su familia. También el más asustadizo y cobarde. Algo de lo que son conscientes sus padres, que tratarán de prepararle el camino para superar sus problemas. El escenario son los verdes e idílicos paisajes del Noroeste de EE UU, mostrados con fotografía real, con incursión en el célebre Monument Valley de la mano de una manada de bisontes. Decidido a superar todas sus taras, Arlo va a encontrar en un niño humano, Spot, todo lo que necesita. Porque el pequeño es todo lo contrario a él, un niño audaz, valiente y generoso que se mueve en el bosque y en la montaña como pez en el agua. En ello influirá de forma decisiva la muerte del padre de Arlo y unas tremendas inundaciones que desbordan los ríos.