La presentación de un nuevo teléfono (pensado para ofrecer las mejores prestaciones fotográficas) sirvió, el pasado 13 de marzo, para reflexionar sobre la importancia de la imagen en la cocina. Ocurrió a través de un evento organizado en casa de su embajadora, Begoña Rodrigo. Acudí al evento esperando una sesuda reflexión sobre la influencia de la estética en el plato. Me equivoqué. El juego que planteó Xiaomi fue otro. Ofreció el terminal al fotógrafo Javier Corso (prestigioso documentalista) para que investigara en el origen de algunos platos de Begoña. El resultado fueron unas imágenes conmovedoras que explicaban las recetas en algunas ocasiones y recordaban la biografía de Begoña en otras. Hubieran quedado espectaculares en una exposición sobre la cocinera, o en un libro gastronómico que intentara explicar su trayectoria.

¿Mejoraron las sensaciones que deja el magnífico menú que exhibe Begoña Rodrigo hoy en La Salita? Sinceramente pienso que no. En la comida (que califico como excelente), se acompañaba cada plato de cuatro fotografías diferentes que intentaban describir la inspiración del plato. En algunos casos lo lograba, como en las series sobre el espolín o la forja, en otras se conformaban con referirse a los orígenes de Begoña. En un caso y en otro, las fotos eran buenas, y el ejercicio coherente. Pero para un verdadero aficionado resultan una distracción innecesaria de lo que verdaderamente nos interesa. La estética del plato puede aportar mucha información sin necesidad de eso ejercicios, más aún, condicionar sus sensaciones. Imaginemos un suquet de langosta servido en una cazuela individual, de hierro fundido, humeante, en la que se sumergen de manera aleatoria trozos de patata y langostas. La mente nos predispone a un guiso tradicional, serio y contundente. Imaginemos la misma langosta sobre una vajilla de porcelana fina, acompañada de unas patatas muy pequeñas y regada en una jarra frente al cliente con ese mismo suquet.

La tiara. javier cors

Los mismos sabores nos parecerían más refinados y elegantes. Seguro. Begoña Rodrigo maneja muy bien ese lenguaje. En la delicadeza mística de La Tiara, en la escenografía de su pase de anguila y en los formidables aperitivos se sirve en la terraza y utiliza para romper el hielo entre el comensal y La Salita (obligándonos a comer con las manos). Me gustó el ejercicio planteado y no solo por la comida. Como si de un experimento de investigación se tratara, estuvo tutelado y evaluado por Purificación García, catedrática de la UPV. Estoy deseando conocer los resultados de las encuestas que pasó al resto de invitados. No tengo muy claro que los demás compartan mi opinión. Tal vez sean más sensibles que yo al espectáculo. O tal vez sencillamente les interese menos la cocina. A mí, lo que me interesó mucho, fue el menú de Begoña, que está en un momento muy dulce.