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Sant Jeroni de Cotalba: Escalera a la historia valenciana

La escalinata de Pere Comte en el Monestir de Sant Jeroni de Cotalba, en La Safor, no conduce hacia el cielo, pero sí al pasado de la Corona de Aragón y el Segle d’Or. Además de su arquitectura, allí hay obras de Damià Forment y una unión con el Ducado de Gandia y a la dinastía Borja. Hoy pertenece a la familia Trénor.

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Monestir de Sant jeroni de Cotalba Perales Iborra

Los Borja y el Ducado de Gandia, Pere y Ausiàs March, la arquitectura de la escuela de Pere Comte, las esculturas de Damià Forment y un poder político y social que se notó en toda la corona de Aragón. Todo confluyó en un pequeño valle de la comarca de la Safor, en Alfauir. Hoy, quien pasa al lado de la autovía entre pequeños pueblos y el intenso verde del valle de Vernissa y la sierra de La Marxuquera, observa cómo se levanta una edificación imponente. Surge casi de la nada, parece de otro lugar y definitivamente es de otro tiempo. El Monestir de Sant Jeroni de Cotalba sigue en pie y sus puertas conducen de lleno a la historia valenciana y al Segle d’Or. El espacio, de Bien de Interés Cultural, se ha reconvertido en un atractivo turístico de la zona con visitas guiadas y hasta conciertos a la luz de la luna en verano.

Los caños de la fuente de Sant Jeroni de Cotalba. Perales Iborra

«La casa original era morisca y, sobre ella, es Pere March, el padre de Ausiàs, el que la reconstruye alrededor de 1388. Él era persona de confianza del duque de Gandia, Alfons El Vell», explica el gerente de Actividades del monasterio, Mario Balbastre. La intención era acoger allí a monjes venidos de Xàbia pero, poco a poco, fue ganando protagonismo. Hace poco encontraron los restos de Pere March y varios familiares en una de las criptas del lugar. El poeta Ausiàs March está enterrado en la Catedral de València pero, sabiendo que su padre pasó largo tiempo en los trabajos del monasterio, Balbastre se permite imaginar al poeta valenciano correteando de niño por el claustro del monasterio, uno de los pocos que tenía la Orden de San Jerónimo en territorio valenciano. Llama la atención el color blanquirrojo de las bóvedas ojivales, una reminiscencia del arte mudéjar, según Balbastre.

La escalera de Pere Comte. Perales Iborra

El mudéjar deja paso, unos pocos pasos después, al gótico. «Los Borja adquieren el Ducado de Gandia en 1485 y ahí la figura de María Enríquez cobra mucha importancia para la configuración actual del edificio», asevera el gerente de Actividades, cuarta generación de su familia que trabaja en la casa. «Enríquez, que consiguió separar el monasterio de la injerencia de la familia de su marido, los Borja, cuando murió su marido, Juan, tenía claro que lo que quería era reunir a los mejores artistas aquí», dice mientras pasea hacia la escalinata atribuida a la escuela de Pere Comte. «Es un gótico flamígero igual al que se emplea en la Lonja de la Seda de València, y se dice que San Vicente Ferrer predicó desde este espacio». Subiéndolas se llega al claustro superior, también de Pere Comte y con pequeñas esculturas góticas de ángeles, factura de la escuela de Damià Forment. El estilo es similar al empleado en sus retablos del Monasterio de Poblet y la Basílica del Pilar en Zaragoza. A esos tesoros visibles se suman joyas ocultas, cuenta Balbastre, como una pintura escondida que representa la Santa Cena pero lo hace «atrevidamente, con elementos prohibidos por la contrarreforma».

Patio porticado del Monasterio. Perales Iborra

Hace un tiempo, en el monasterio empezaron a hacer visitas teatralizadas en las que María Enríquez era la protagonista principal. Precisamente este año vuelve esa actividad después de que la pandemia de covid-19 las paralizara, cuenta la directora de Márketing y Relaciones Externas del monasterio, Leonor de Arizón Trénor. Su familia, una de las impulsoras de la València actual, es la propietaria del lugar, abierto al público mediante acuerdo con la Generalitat. Fue después de la Desamortización de Mendizábal, por la cual los monjes salieron del monasterio en 1836, cuando el empresario de origen irlandés Thomas Trénor-Kitting arrendó primero y compró después el terreno. A excepción de la Guerra Civil, cuando fue utilizado como hospital de ancianos, generaciones posteriores de la familia vivían allí parte del año y las visitas del primer Marqués del Túria, Tomás Trénor y Palavicino.

Detalle de escultura. Perales Iborra

Leonor sale por una puerta del monasterio que da a un enorme jardín de estilo francés, con estanques y caminos que se pierden. «Aquí había huertos que transformó en jardín romántico Federico Trénor y Palavicino», apunta Leonor. Ese lugar volverá a acoger durante este verano las cenas que acompañan al festival Música al Monestir de Sant Jeroni de Cotalba, un ciclo de conciertos que se remonta a 2007 y donde en los próximos meses, hasta noviembre, se dan cita desde el jazz latino hasta la música antigua, como si los monjes Jerónimos todavía estuvieran allí, pasando por las arias más conocidas de la ópera. Todo sonará en el patio del claustro, sobre las 24 fuentes en las que los religiosos recogían agua en los pocos ratos libres que dejaban sus nueve horas al día de oración cantada.

«Además de los conciertos y las visitas guiadas, hacemos labor continua de restauración. Hemos ido abriendo estancias y rehabilitando a nivel arquitectónico y arqueológico. Estudiamos la historia y la documentación del monasterio», cuenta Leonor mientras recorre las obras de acondicionamiento de la iglesia. Poco a poco, personas como Leonor y Mario recuperan el saber que emanó desde el monasterio y recaban material. En volúmenes literarios tan antiguos como de 1640 y piezas de arte hay una historia interminable que espera, anclada en el tiempo, en La Safor.

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