'Los Serrano' nunca fue una serie que evitara el conflicto o la amargura, a pesar de su condición de producto familiar distendido, pero en la 'finale' 'Desmontando a Diego' (17 de julio de 2008) rebasó sus propios límites dramáticos y se apostó con temeridad en territorios entre dostoievskianos y tristemente lynchianos

Aquello empezaba, al fin y al cabo, con el pequeño Curro (Jorge Jurado) consumido por la culpa por haber atropellado y dejado inconsciente a Paquito, el churrero más querido de Santa Justa. Para colmo de males, Curro y su colega se han dado a la fuga. "Cuando te haces mayor, de pronto, un día, descubres que nada ni nadie puede impedir que te encuentres solo ante la vida", reflexiona el chaval en voz en off. Pero no está del todo solo, sino que tiene a un padre protector, Diego (Antonio Resines), capaz de inculparse a sí mismo para librar a su injustamente detenido hermano Santiago (Jesús Bonilla) y, después, el propio Curro, finalmente descubierto, del inevitable castigo. 

Y aquello terminaba, al fin y al cabo, en un puro desasosiego no exento de aire alucinógeno. Algunos cabos se ataban felizmente: Raúl (Alejo Sauras) y Afri (Alexandra Jiménez) volvían a fundirse en el abrazo del amor y asistíamos al nacimiento del segundo bebé de Lourditas (Goizalde Núñez) con el maestro del jamón Santiago. También Teté (Natalia Sánchez) y Guille (Víctor Elías) parecían tener un horizonte brillante en Barcelona, pero para Diego esa escapada no era ningún triunfo, sino otra muestra de lo mal que había hecho todo como patriarca. 

Extraña foto de familia 

Con Curro detenido y Guille camino a las Ramblas, Diego tomaba la decisión, algo apresurada, de quitarse la vida tirándose por un puente. Volvía a abrir los ojos, y en principio, no en el más allá, sino en un más acá alternativo donde la mujer que perdió cuarenta episodios atrás (Lucía, encarnada por Belén Rueda) seguiría viva. Los misterios del universo, o mejor dicho, unos guionistas desbocados le han dado la oportunidad de hacer las cosas mejor. Está de nuevo en la mañana posterior al día de su boda. Toda la panda está en la casa. La felicidad debería ser total. Pero al menos para el espectador, esa foto de familia resulta inquietante, porque los actores más jóvenes aparecen caracterizados como niños (Teté con trenzas de colegiala, Curro en una silla casi para bebés) y todo respira una artificiosidad terrorífica

Es decir, lo que debió imaginarse como un final sorprendente, emotivo, cargado de luz, tenía más de giro extraño de 'La dimensión desconocida' o la mítica 'Misterio' de la productora Hammer. Aún hoy, pensar en ese final despierta escalofríos. El propio Daniel Écija, cocreador de la serie con otro 'hitmaker', Álex Pina, parece recordarlo con algo de inquietud: "Hubo un momento en el que, si hubiera podido dar marcha atrás, lo habría hecho", decía recientemente en 'El País' sobre la motivación personal de ese giro final. "Y no medí… Desde luego, hizo ruido". 

Precedentes controvertidos 

La idea del 'todo ha sido un sueño' es una constante en narrativas de toda clase y formato. En el terreno de las series, antes de 'Los Serrano' algunos se atrevieron a rematar así temporadas completas. Cuando Patrick Duffy dejó 'Dallas', su Bobby Ewing pereció atropellado por un coche (como casi sucede al churrero Paquito), pero el bajón en audiencias obligó a recuperar al actor y convertir toda una temporada en un sueño de Pam (Victoria Principal). Por otro lado, al final de 'Roseanne' se revelaba que la novena y última temporada, en la que los Connor disfrutaban de su premio de lotería, era solo la trama de un libro escrito por la protagonista. En realidad, Dan (John Goodman) había muerto del infarto que sufría al final de la octava temporada

Lo visto en 'Los Serrano' es aún más atrevido: no hablamos de una temporada imaginada, sino de toda, toda, toda una serie, salvando esos quince primeros minutos sobre la boda. Su caso es comparable quizá, únicamente, al de 'Hospital', otra serie cuyo final hizo ruido. Al final de la misma, Tommy (Chad Allen), el hijo autista del Dr. Westphall (Ed Flanders), sacudía una bola de nieve y la dejaba sobre una tele mientras iba a lavarse las manos. La cámara se acercaba y veíamos qué había dentro de la bola: una réplica del St. Eligius, el hospital en el centro de la acción. Es decir, toda la serie había pasado dentro de la mente de un chaval autista. Imposible dejar de hablar sobre finales así.