Soy periodisto y poeto, tengo un amigo atleto y otro futbolisto. Mañana tengo que ir al dentisto y pedir hora para el oculisto. Seguramente sea un poco machisto y no se si soy del todo demócrato. Pero después de escribir esto, me doy cuenta de que al menos no soy tan tonto como la directora del Instituto de la Mujer, Rosa Mª Peris, que pretende, más o menos, que cambiemos nuestra lengua para acoplarla a los dictados de lo que ella entiende por feminismo. Y el resto de los mortales, salvo alguna acérrima seguidora, por simple y llana estupidez.

Ha pedido la señora, que no tiene por lo visto mejores cosas en las que emplear su tiempo, que la Real Academia de la Lengua dé entrada a vocablos, porque, a su juicio, algunos demuestran sexismo a boca llena. Por ejemplo, dice, juez, concejal o miembro. Y propone jueza, concejala y miembra, que mira que éste ya suena tan mal que hasta daría asco serlo. La memez es supina porque, por esa misma regla de tres, habríamos de ser los hombres juezos o concejalos para señalar claramente el sexo del portador.

Y si aplicáramos su propuesta a los vocablos terminados en la, por lo visto, femenina a, que habitualmente se emplean para señalar ocupaciones o profesiones, acabaríamos en el ridículo primer párrafo con el que empezaba este texto.

Pero no se conforma la Peris con semejante dislate, sino que considerando que la mandaran a freír espárragos, se pone la venda antes que la herida acusando a la Real Academia de la Lengua, y, en vez de asumir que su propuesta es una chorrada mayestática, se suelta el pelo condenando a los integrantes de la institución de ideología machista que les impedirá dar tan trascendental paso en la lucha por la liberación e igualdad de la mujer.