Esta semana hemos vivido la mayor aventura tecnológica emprendida por el ser humano: la primera circulación de haces de protones en el colisionador Large Hadron Collider (LHC) del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) ubicado en Ginebra. Este acelerador consiste en un anillo circular de 27 kilómetros de perímetro, repleto de imanes y cavidades aceleradoras que conducen y aceleran haces de protones hasta una velocidad cercana a la de la luz en el vacío y que, antes de fin de año, los ingenieros del acelerador trabajarán incansablemente para que colisionen. De esta manera, producirán la mayor energía alcanzada artificialmente en la Tierra: 10 billones de electronvoltios, lo que equivale a una masa de diez mil protones.

La Universitat de València ha participado muy activamente en la creación del LHC, cuya construcción ha sido fruto de la cooperación científica internacional. Medio centenar de físicos e ingenieros del Instituto de Física Corpuscular (IFIC) de la Universitat de València y el CSIC han contribuido con éxito a esta aventura. Hemos diseñado y construido, durante los últimos quince años, dos grandes detectores de partículas del experimento Atlas, que están funcionando satisfactoriamente: un calorímetro que mide la energía de las partículas y un detector de trazas basado en las propiedades semiconductoras del silicio. Esta paciente y a la vez ardua tarea del puñado de investigadores y técnicos del IFIC ha llegado a buen puerto gracias a la ilusión y entusiasmo de este colectivo dedicado con pasión a la ciencia y la tecnología. Y lo mismo puede decirse de los 10.000 científicos e ingenieros de 60 países que han hecho posible la construcción del LHC y de sus cuatro gigantescos detectores de partículas.

La enorme energía disponible en el LHC abre la puerta al descubrimiento de nuevas partículas. La energía es la salsa de la física; cuanta más energía, más nos acercamos al origen del universo, el conocido Big Bang. Y cuanta más energía, más puertas se abren a nuevos descubrimientos, gracias a la creación de partículas con masas muy elevadas. El bosón de Higgs es el candidato más buscado y permitiría explicar el origen de las masas de las partículas elementales. Pero también se podrían detectar por primera vez partículas que resolverían el enigma de la materia oscura del universo. Sólo se conoce el 5% de la materia y energía que compone el universo y éste es un desafío para los físicos.

Pero no sólo de nuevos descubrimientos vive el hombre. Recordemos que gracias a estos trabajos de investigación, en el CERN se ha inventado el PET, instrumento indispensable en el diagnóstico médico. También la terapia con haces de hadrones, que tan eficazmente combate el cáncer. Y no digamos del descubrimiento del World Wide Web, más impactante que el descubrimiento de la telefonía con o sin hilos.

Sin embargo, los catastrofistas del fin del mundo han conseguido que los medios de comunicación se interesen a la fábula del posible efecto devastador de la producción de los llamados miniagujeros negros. No únicamente eso; han intentado paralizar el funcionamiento del LHC con una excusa legal. No lo han conseguido y ello me complace. Uno no sabe qué es lo que más abunda en el universo, si la ignorancia o la materia oscura.

*Catedrático de Física de la Universitat de València. Miembro de la Càtedra de Divulgació de la Ciència.