La actitud de salvar los muebles al Gobierno español en situaciones excepcionales no es nueva en CiU, sino que se remonta a los años de Adolfo Suárez, cuando el argumento era la «gobernabilidad de España» en tiempos de gran fragilidad. Cabe recordar que el grupo que encabezaba Miquel Roca decidió no apoyar a Leopoldo Calvo Sotelo en la primera votación de su investidura como presidente, aquel fatídico 23 de febrero de 1981, pero sí lo hizo en la segunda votación, tras el intento del golpe de estado, al entender que la democracia amenazada necesitaba un gobierno fuerte. En los últimos tiempos de Felipe González en La Moncloa, cuando los escándalos convertían su permanencia en agonía, CiU decidió concederle una prórroga para que pudiera llevar a cabo con tranquilidad el semestre de presidencia europea.

Ahora, Josep Antoni Duran Lleida ha expresado un propósito de derribo aplazado por mor de tareas de interés nacional que deben ser ejecutadas de inmediato: no sólo el recorte del déficit público, sino también la reforma laboral, exigidas ambas por las instituciones que pueden llevar el Reino de España a la bancarrota o tan sólo a la UVI de las purgas de caballo. Duran apunta por tanto a que la reforma laboral tendrá el voto de su grupo, pero añade que en todo caso no aprobará los presupuestos a finales de año, lo que equivale a derribo a fecha fija.

A los electores de CiU les gusta eso. Aprecian el seny, la sensatez de no hundir el barco por el simple gusto de matar al capitán en plena tormenta, por muchos méritos que haya contraído: entre ellos, el de haber prometido, y no haber dado, la presidencia de la Generalitat a Artur Mas, tras la tarde sin merienda en La Moncloa en que ambos pactaron los recortes del Estatut catalán. La articulación política del nacionalismo catalán que modeló Jordi Pujol nunca ha deseado el hundimiento económico de España, porque significaría también el de Cataluña.

Por todo lo dicho, por historia y por análisis del momento, en Cataluña se daba por hecha la abstención de CiU en la convalidación del decreto para recortar el déficit, y también la daban por hecha los grupos parlamentarios que votaron en contra a pesar de inquietos telefonazos europeos. CiU les sirvió en bandeja el lujo del voto visceral sin consecuencias, y de pasada mandó a sus sensatos electores un mensaje muy claro: no todos los centroderechas son iguales, y el catalán es mejor. Y además (todo cuenta), a CiU no le interesa que las elecciones españolas se adelanten al otoño, porque es cuando se celebran las autonómicas catalanas, y los nacionalistas temen la superposición por lo que conlleva de españolizar el debate electoral catalán, a beneficio de PSOE y PP.