Nadie me ha dado vela en esta procesión, pero quizás a alguien le interese conocer la pequeña historia de la declaración de la Solemnidad del Corpus como Bien de Interés Cultural. Y es que a finales de los años ochenta ya se cabildeaba alrededor de la Conselleria de Cultura a favor de la declaración. La propuesta me llegó de un especialista en teatro medieval y otras manifestaciones parateatrales y le hice ver la inconveniencia legal y, tal vez constitucional, de la protección administrativa de un acto litúrgico de la Iglesia católica. También hablé del asunto con Rafael Sanus, encargado de los asuntos de patrimonio cultural de la Iglesia en Valencia, que manifestaba reticencias canónicas, teológicas y pastorales. Por eso comprendí las resistencias del anterior arzobispo de Valencia, y me sorprende que el actual haya aceptado la declaración para no desairar al gobierno valenciano y a los miembros más regional-católicos de su curia.

Así que el decreto ya ha sido aprobado y publicado, con un informe favorable del Consell Valenciè de Cultura discutible y sin tener en cuenta el excelente de la Universitat de València. El texto es escueto en su justificación y se notan algunas dudas en la toma de decisión, cuando, por dos veces, se hacen consideraciones sobre la fiesta «más allá de sus elementos espirituales y catequéticos» o sobre la participación de la autoridad civil «más allá de la necesaria separación constitucional entre el Estado y la Iglesia». Pero se incluyen, como elementos constitutivos del bien, la misa de pontifical o los oficios de las horas. Supongo que, a pesar del decreto, será la Iglesia la que puede introducir cambios en el ceremonial o en los salmos, antífonas y lecturas de unos oficios atribuidos a Tomás de Aquino y que, con variantes, son utilizados todavía hoy por las confesiones anglicanas.

Dice el decreto que la fiesta languideció en el siglo XX, pero no se analiza la causa. Tal vez haya que conectarla con los cambios en la concepción de la iglesia, de la liturgia y de los sacramentos, del ecumenismo y del diálogo interreligioso que se originaron en y a partir del Concilio Vaticano II y los movimientos de vuelta a las fuentes. Pero quizás esos cambios están siendo matizados y se vuelve a una tradición tridentina, en la que la procesión era una manifestación contra la teología protestante sobre la transubstanciación.

En fin, un decreto decepcionante en sus fundamentos y en sus contenidos. Ya puestos, podrían haber hecho alguna referencia a la presencia en la procesión de la nobleza valenciana, a los niños del Colegio Imperial de Huérfanos, a la octava del Corpus en el Colegio del Patriarca, con lo que recuperarían el sentido del sabor al que se alude en el decreto, pues ese día se tenía pichón en la comida o a la tradicional corrida de ocho toros, la fartà. Se ha declarado lo que hay, una fiesta restaurada en la que no se distingue lo histórico de lo reciente, lo cultural de lo cultual.