El general Espaillat, jefe de la policía de Leónidas Trujillo, publicó un libro, «Trujillo, anatomía de un dictador». Entre el relato de horrores, hay un pasaje aterrador. «Un día supimos», narraba Espaillat, «que un comunista guatemalteco apellidado José Pérez estaba involucrado en un complot contra Trujillo. En el partido comunista guatemalteco figuraban tres nombres iguales: José Pérez. ¿Cuál de ellos era? Los eliminamos a los tres». Es decir, una correcta liquidación de riesgos. Viene a ser, arriba o abajo, lo que hace el gobernador del Banco de España, Fernández Ordoñez, con el sistema financiero valenciano. Liquidación de riesgos. Ayer la CAM. Hoy, Bancaja. Si no es una, es otra. En el vértice superior, Caja Madrid y Rodrigo Rato, santones e intocables. El mundo de las cajas valencianas, el que queda, orbita en torno a Caja Madrid, según la directriz de banco emisor, quien permite a Rato saltarse las reglas que le impuso el propio organismo. Olivas, mientras, resiste. En lo alto del trono, Ordoñez, como el general Espaillat, se preguntará: ¿cuál de las entidades financieras valencianas era la correcta? No importa. Eliminamos a ambas.

Tras la aventura astur-hispánica de la CAM, adiós, paloma, adiós, ahora las garras se posan sobre Bancaja. Ordoñez, Rato, el PP y el PSOE forman equipo. Si «desaparece» del panorama valenciano Bancaja, el reinado de Camps ostentará el signo del desastre. Esto no son tres trajes, ni un ratito. Afecta al tejido industrial valenciano. Tampoco Alarte juega en esta liga. De hecho, desde que comenzaron las fusiones, no se ha enterado de nada. Camps, sí. Y Rajoy. Y el Gobierno. Y Rato. También los empresarios se han quedado afónicos: el jefe de la patronal ¡de Alicante! lanzaba rayos y centellas contra la posible fusión Bancaja/Caja Madrid. Pero la debilidad del poder político insufla desesperanza a los patrones. Cuando se vengan a dar cuenta, viajarán en AVE a Madrid a negociar sus cosas. El único que resiste presiones es José Luis Olivas, dado que el Consell ha arrojado la toalla o se ampara en el principio de «laissez faire, laissez paser». Si Olivas escapa del asedio, habrá que elevarlo a los altares. Si sucumbe, la devastación será histórica. Desde luego, se precisa destreza. Frente a la isla hay muchos tiburones. Están dichos los que son.

Los socialistas se dan por enterados. Al final, el PSPV ha descubierto la realidad, es decir, la crisis. Alarte se ha descolgado ofreciendo un pacto al Consell. Han tardado años en percibir la catástrofe, como tardó ZP en descubrir que la tormenta se llevaba el tejado del Estado de bienestar. Con un vendaval así no hay Gürtel que te cubra, ni corrupción que no se minimice. Los socialistas valencianos, desde que Alarte es Alarte, no han hecho otra cosa que pensar en Gürtel, en higienizar la vida política y derribar a Camps. Mientras tanto, los pilares que se cuestionan son políticos pero de otra naturaleza: la quiebra del Estado, la liquidación de la protección social, la aniquilación de la socialdemocracia. Ante esas magnitudes, los socialistas jugaban, como niños, a Gürtel, que vende bien en los medios. Con el universo desplomándose a su alrededor, la acción política era unidireccional. Su identidad, sin embargo, es otra: la que está debatiendo el mundo. El hundimiento de los sistemas de protección. Explorar los tribunales lo puede hacer la derecha.