La ex ministra francesa Rachida Dati ha pronunciado la ya célebre frase «una tasa de felación casi nula». En labios de la enemiga acérrima de Carla Bruni, la tasa casi nula debía referirse por fuerza a la inflación. A partir del presunto lapsus, el firmamento mediático se ha nublado de artículos como éste, salvo que aquí omitimos el tono reprobatorio para felicitar a la actual eurodiputada por su elocuencia. En el contexto económico de la entrevista que concedió, «felación» significaba obligatoriamente «inflación», y sólo un obseso sexual atisbaría otros sentidos turbios.

Si Dati hubiera respondido a una entrevista íntima con una consideración sobre «la práctica de la inflación con la pareja», cualquier espectador hubiera entendido que se refería a la «felación», y su vocabulario no hubiera causado escándalo. Al contrario, se le hubiera alabado la discreción expresiva. Nadie es acusado de pensar continuamente en la economía, actividad más nociva que el sexo según la actualidad se encarga de demostrar. Pero hay más argumentos a favor de la ex favorita de Sarkozy, porque un estudio de la universidad de Cambridge ha demostrado que depositamos un exceso de información en las palabras. No en su sentido, sino en su estructura.

En síntesis, la investigación demuestra que cuando leemos la frase «pabralas diesmasado lagras», entendemos de inmediato «palabras demasiado largas», y se hace superfluo detallar qué cantante responde por Micael Jasson. En una rehabilitación inesperada del lenguaje sms, se demuestra que solo leemos la letra inicial y la final, el resto se pierde en la redundancia. Dati sería una pionera de la síntesis lingüística —inflación, felación, feliflación, qué más da—, en tránsito hacia el clímax evolutivo en que nos podamos decir lo mismo sin necesidad de hablarnos. La eliminación de las letras interiores reduce cada ocho líneas de texto a una sola. Una persona de 80 años ha vivido diez, el resto del tiempo lo ha perdido descifrando mensajes reiterativos. Dati ha venido a liberarnos.