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Torres-Dulce «Rides alone»

Antonio Vergara

Una de las decisiones más deplorables de los colegas del progresismo fashion, vacuo y estilista de José Luis Rodríguez Zapatero, fue eliminar, al poco de ganar las elecciones en 2004, vía dirección general de RTVE, uno de los mejores programas de cine de la historia de TVE: ¡Qué grande es el cine! El desastre, para los verdaderos aficionados al cine, sucedió en 2005.

Por lo visto, había que darles cancha a los directores de la ceja, a toda la caterva de los subvencionados y a los comunicadores del nuevo régimen, caso de Cayetana Guillén Cuervo, de ilustre familia de artistas, Fernando Guillén y Gemma Cuervo, ambos con una prolífica y brillante trayectoria teatral. Cayetana no heredó el talento de sus progenitores. Ha presentado o dirigido varios programas en La 2. En ocasiones, jugando a una «modernidad» periclitada de índole falsamente contracultural. La contracultura fue una moda de los años 60 que quedó en nada porque no era nada: sólo una moda más, como actualmente ir en bicicleta por las aceras atropellando a los peatones. La tendencia de los seres humanos a vivir en manadas es indescriptible.

En realidad, fue Metrópolis (1985) el primer programa de TVE que trató con rigor y calidad la cultura, la contracultura y el arte contemporáneo, si bien es cierto que el denominado arte contemporáneo de 2012 es más grafitero que arte. La provocación artística puede consistir en colgar un orinal o en acarrear arena de la playa de la Malvarrosa y desparramarla en una instalación titulada: Dunas del Kalahari.

¡Qué grande es el cine! se emitió en La 2 entre 1995 y 2005. Fueron proyectadas 476 películas. El director y presentador era José Luis Garci, bestia negra de las izquierdas porque no es de izquierdas (¿y qué?). Abominaban de él y de su equipo de colaboradores, sabios del cine, gentes cultas, con mucho poso intelectual, defensores del cine como arte €y entretenimiento€ y no de las hueras «modernidades» del audiovisual

¡Qué grande es el cine! rescataba el formato y el espíritu de los cineclubes de los 50, 60 y 70 donde tantos aficionados aprendimos de los presentadores-moderadores, de las obras maestras que se proyectaban y de los coloquios posteriores. Generalmente, los asistentes éramos personas cultas (sí; ¿pasa algo?), a pesar de nuestra juventud. Un servidor ya leía a Unamuno, Alberto Moravia, Ortega y Gasset y Albert Camus.

Garci y los suyos nos regalaron muchas joyas: Ordet y Gertrud (Carl Theodor Dreyer), Fresas silvestres (Bergman), El buscavidas (Robert Rossen), Las amigas (Antonioni), Cuentos de Tokio (Ozu), El río (Jean Renoir), La venganza de Ulzana (Robert Aldrich), La chica con la maleta (Valerio Zurlini). O los westerns mayores de John Ford: La legión invencible, Fort Apache, Río Grande, El hombre que mató a Liberty Valance y Dos cabalgan juntos. Y cine español del bueno: Plácido, Bienvenido Mr. Marshall (Berlanga) y Calle Mayor (Bardem).

Uno de los colaboradores más destacados de Garci fue Eduardo Torres-Dulce. Acaba de ser nombrado fiscal general del Estado por el nuevo Gobierno. Culto y humanista, cinéfilo. Lo veía anualmente en la Seminci de Valladolid, e incluso me dejó que lo fotografiara, en 1998, con el programa del festival. La foto se publicó en La Cartelera de Levante-EMV. Estoy acabando de leer su último libro, Jinetes en el cielo, un profundo estudio sobre los westerns de Ford que forman la trilogía de la Caballería: Fort Apache, Río Grande y La legión invencible. El libro lo dedica a su madre, «que creció entre novelas y películas del Oeste y me transmitió su pasión por ellas».

Me gusta este fiscal general del Estado.

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