Los más recientes y tecnológicamente complicados aparatos de medición, corresponden a los satélites, que han supuesto toda una revolución para la ciencia y concretamente para el estudio del tiempo y del clima, apoyándose en las observaciones sobre el terreno. Los satélites meteorológicos son de dos tipos: los geoestacionarios, ubicados en un punto fijo a unos 36,000 kilómetros de altura, con una resolución espacial menor pero con la ventaja de ofrecer imágenes constantes, cada 15 minutos. La otra variedad son los polares o heliosíncronos, cuya órbita más baja, en torno a 800 kilómetros, permite una mejor resolución espacial, pero que tan sólo aporta imágenes en horas concretas del día, cuando el satélite pasa sobre el centro de captación. En nuestro campo la historia empieza con los polares, en 1960 con el lanzamiento del TIROS 1, antecedentes de los NOAA, serie iniciada en 1979 y todavía en activo. En cuanto a los geoestacionarios, en 1977 la Agencia Espacial Europea lanza el popular Meteosat, justo el mismo año del GMS japonés, desde 2005 reemplazados por los MTSAT. El equivalente norteamericano, el GOES les precedió en 1974. El GOMS ruso, el chino Feng Yung y el indio INSAT completan la gama de geoestacionarios con una cobertura total del planeta. Dotados de sensores visible, infrarrojo y de vapor, las mejores resoluciones son en torno a un kilómetro. Imaginen el avance de disponer de datos de temperatura, vapor de agua ó velocidad y dirección de vientos cada kilómetro cuadrado, además del seguimiento de incendios, nubes, erupciones, huracanes y tormentas. Es el equivalente a instalar 6,000 estaciones en la provincia de Castellón ó 500,000 en toda España. Así que pónganse guapos y sonrían, que están saliendo en una imagen digital.