El padre de la derecha se sitúa a la derecha del Padre. Gracias a Fraga, España no se parece en nada a la España gobernada por Fraga. Esta paradoja demuestra que la transición supuso una reconciliación con cesiones tan duras como fructíferas. El franquismo se suicidó sin arrepentimientos, pero la entrega fue definitiva y cancela la transposición de la memoria histórica a memoria penal. No se registró el equivalente a una denazificación, se entregó el destino a la buena fe de los conversos. El paso del tiempo hace el resto, y la primera pregunta a quien emite una opinión sobre Fraga no es «¿qué ideología tiene usted?», sino «¿qué edad tiene usted?».

Sin Fraga, la España actual no hubiera sido mejor ni peor, hubiera sido imposible. Al igual que sucede con Clinton y Lewinsky, hay que decidir en qué párrafo de su biografía se debe precisar que fue ministro de Franco. Hubiera sido interesante plantearle este interrogante al afectado. Como criterio básico, el espíritu de la transición aconseja desconfiar de quienes insultan con excesiva vehemencia a Fraga o a Carrillo, hermanados en la bipolaridad. En la hora de la desaparición física, cuesta decidir si sorprende más el fervor fraguista de los comentarios progresistas o el nada emotivo obituario que le rindió Rajoy. Desde la absoluta carencia de matices que define sus pronunciamientos, el actual presidente del PP encontró un hueco incluso para reprocharle a su predecesor las derrotas electorales que sufrió.

La tibia reacción de Rajoy está teñida por la necesidad de labrarse una imagen propia, trauma que aqueja rutinariamente a los presidentes del Gobierno. Asimismo, revela el empeño del PP en no ahondar en una vinculación demasiado evidente. Dado que los populares se quejan de la herencia recibida con más intensidad conforme pasa el tiempo, conviene recordar que Fraga forma parte sobresaliente de este legado. Además, la victoria electoral del 20N se produjo gracias a las herencias recibidas, del fundador del partido conservador y de la gestión desarrollada por Zapatero. El Ejecutivo finge asombrarse de unas circunstancias dramáticas a las que debe su triunfo.

Habría que felicitar a las personas capaces todavía de apasionarse en torno a la significación de Fraga, el gran fracasado electoral. La difundida especie de que se trata de un personaje insustituible expresa el deseo de que no haya más de uno. Sus afiliaciones sucesivas palidecen frente a la constancia de sus derrotas ante Felipe González, a quien servía además de agente legitimador cuando se dictaminaba que la transición sólo concluiría cuando se formalizara un Gobierno de izquierdas. En realidad, la evolución democrática sólo quedaría sellada cuando se materializara un Ejecutivo de derechas. O la transición no finalizaría hasta que se proclamara al primer presidente barbudo. Y así sucesivamente. Fraga es el único aspirante cualificado a presidente del Gobierno que pierde dos elecciones generales y que a la tercera no va la vencida, por comparación con la perseverancia recompensada al tercer intento de González, Aznar y ahora Rajoy.

Al reencarnarse en el CDS, Suárez se lamenta de que «me quieren pero no me votan». Al patriarca de la derecha ahora fallecido se le puede aplicar una variante de este lema, «no me quieren pero no me votan». Afligido por el síndrome de Moisés, nunca alcanzará la tierra prometida, después de haber transportado la Santa Alianza Popular sobre sus anchos hombros. Quienes temen un veredicto deshonroso, previenen de que se necesitará el paso de décadas para juzgar a Fraga, lo cual permite concentrar los esfuerzos actuales en evaluar el desempeño de los Reyes Católicos, una vez transcurridos los siglos suficientes.

La exaltación de Fraga coincide en el tiempo con la condena a muerte pública de Garzón, por enlazar a dos políticos natos que han forjado en igual medida la España actual. Ambos son apasionantes porque son discutibles. El fundador de la derecha democrática no permitía atisbar al hombre situado detrás de la máscara pública, una treta habitual para enmarañara la percepción social y periodística. Cada visión del coautor de la Constitución ha de ser compatible o confrontada con el volumen anterior de comentarios que ha generado. Tal vez su mérito fue condensar los siete pecados capitales en la política. Nunca entendió que sus compatriotas no compartieran, de mejor o peor grado, la confianza infinita que había depositado en sí mismo. Cuando Pedro Ruiz era humorista, definió íntegramente al personaje Fraga en una frase que imitaba el trabalenguas habitual del expresidente gallego. «Daremos libertad a los españoles, y a los que no quieran ser libres, les obligaremos a ser libres».