El periodista Miguel Ángel Aguilar, que ejerce de columnista multimedios, llamaba a Baltasar Garzón «el juez campeador», adjetivo que se aplicaba «al guerrero que sobresalía en el campo con acciones destacadas». Desde luego, Garzón ha destacado en su campo, que ha sido durante años la instrucción de casos notorios en la Audiencia Nacional. Los sumarios de dicha audiencia tienen notoriedad casi por definición, por sus características intrínsecas, pero no todos los instructores se han hecho igual de famosos; tiene que ver en ello la manera de moverse, de hacerse presentes ante los medios, de atraer la luz de los focos. Pero cabe reconocer que por las manos de este magistrado han pasado casos con un potencial mediático explosivo, que ha llevado de forma desinhibida. El del GAL podría considerarse paradigmático, ya que la decisión de reabrirlo, tras su breve y frustrante experiencia en el gobierno del PSOE, acabó llevando a la cárcel al ministro Barrionuevo y al secretario de Estado Rafael Vera. Le metió la proa a un ministro y no le pasó nada: así era Garzón. Como el Cid, no se casaba con nadie y la emprendió también contra el PP por lo de Gürtel. Y ahí empezaron los problemas. Tal vez sea pura coincidencia, pero justo entonces le crecieron los enanos. Acabó expulsado de la carrera judicial por unas escuchas. Pero todo buen campeador siempre anda a la busca de batallas, ofreciendo su espada a quien le proponga gestas famosas. Si en calidad de magistrado se atrevió con Pinochet, en calidad de abogado se atreve con los poderosos antagonistas de un enemigo público número uno, Julian Assange, el gran revelador de secretos de estado, especialmente norteamericanos. Los yanquis le quieren para hacer un escarmiento y en Suecia le buscan por un asunto feo de abusos sexuales, y el personaje se ha refugiado en la embajada de Ecuador, porque los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Garzón será su abogado, y tanto va a dar que sean molinos como gigantes. Mientras tanto, afirma que la justicia en España no es igual para todos. Eso es algo que casi todo el mundo sospecha en casi todas partes, pero la experiencia del personaje llevaría a esperar detalles jugosos al respecto. Sin embargo, está hablando de sí mismo en calidad de procesado y condenado, víctima de la desigualdad. ¿Acaso no se dio cuenta hasta que él mismo se sentó en el banquillo? En Estrasburgo condenaron a España por no investigar denuncias de malos tratos en un caso que él instruyó. Pero a todos nos cuesta darnos cuenta de las deficiencias de un sistema cuando estamos al frente.