No son verbos latinos, sino barbarismos sobre la voz inglesa «exit» que designan la salida griega y española del euro. El primero ya está en uso y quizás falte poco para que el segundo inicie su andadura en eurodespachos y medios de comunicación. Leo el artículo publicado en Financial Times por los economistas españoles Garicano y Fernández Villaverde y pienso que entre sus críticas a las demoras de Rajoy omiten una muy importante: la de no saber preocupar al núcleo duro de la Eurozona con la eventual «espexit». También pasan por alto una de las razones de la dubitativa espera que achacan al presidente, como si toda la solución a los problemas de la deuda tuviese que llegarle de Bruselas, Fráncfort y Berlín. Acaso la London School of Economics y la Universidad de Pensilvania, en las que profesan los distinguidos especialistas citados, no sean observatorios idóneos de los brotes interiores de rebeldía y desobediencia que despiertan las decisiones de Rajoy, pero Fedea y el «grupo de los 100» si deberían de serlo. El arraigo del liberalismo puro en la historia y la idiosincrasia españolas es lo bastante precario como para no perder de vista la ineficacia de las cirugías de manual. El presidente no lo ignora y, en su descargo, es justo pensar que pone en los platillos de la balanza la salvación del euro y la estabilidad interior. De poco serviría la primera en una sociedad rota por no querer pagarla a cualquier precio.

Garicano y Villaverde también pasan por alto las contradicciones casi cotidianas de los centros europeos de poder, cuya conciliación puede admitir más salidas que la alemana. El que las previsiones de cobertura ilimitada del Eurobanco sean impugnadas en cuestión de horas por Merkel o el Deutschebank, no quiere decir que las primeras sean erróneas por definición. Un análisis objetivo debería contemplar la viabilidad de cada una de las opciones, incluyendo las de otros organismos de la troika no alineados con Berlín en paralelismo textual. Convendría blindar el tiempo de análisis con cautelas suficientes para mantener la prima de riesgo en límites soportables, no simplemente abandonada a la volatilidad de los mercados especulativos. Y no olvidar que la Francia socialdemócrata de Hollande espera cambios en el signo ideológico de otros estados, cuyos líderes no están precisamente en su mejor momento. Las recetas neoliberales que hoy nos venden como excluyentes pueden dejar de serlo en pocos meses, como ha ocurrido con frecuencia y normalidad en las democracias europeas. El mapa predictivo de esa hipótesis de cambio pasa por Alemania, Reino Unido, Bélgica e Italia. Nada menos.

Espexit es hoy la clase de salida que Rajoy no quiere, lo que no impide que esté siendo evaluada en España como un mal necesario frente al mal catastrófico al que nos empujan las exigencias neoliberales. Difícilmente puede venderlo en Europa el líder que menos resuelve cuanto más invoca la ley del euro como destino inexorable.