Aunque la carga que soportan las comunidades autónomas españolas es insufrible desde que el estallido de la burbuja inmobiliaria nos empujara hacia el precipicio y agravara los efectos de la crisis financiera y el descontrol presupuestario, no todas las regiones soportan el mismo peso ni tienen igual de desbocados los índices de su deuda. Unos se expusieron más que otros a los peligros que representaba enladrillar sin mesura el territorio y no todos supieron equilibrar los sectores productivos para evitar los riesgos que implicaba poner todos los huevos en el mismo cesto. La Comunitat Valenciana apostó por un modelo basado preferentemente en la construcción y el turismo y las consecuencias son hoy cuantificables: las autonomías menos expuestas al urbanismo registran pérdidas inferiores del Producto Interior Bruto (PIB) y la renta de los ciudadanos de esta tierra se ha distanciado casi 12 puntos de la media española desde 1996. La mayor exposición al ladrillo y el despilfarro, tanto público como privado, han acabado por posicionarnos en el furgón de cola de la recuperación económica. En estas condiciones, los expertos coinciden en aconsejar una reorientación del sistema productivo que priorice el conocimiento, la investigación y los recursos innovadores. También habrá que ganar en productividad e impulsar políticas de fortalecimiento de la industria porque no podemos confiarlo todo al repunte inmobiliario y los ingresos que garantiza el turismo. Ese es el reto y habrá que tomárselo en serio. El futuro de nuestros hijos está en juego Por eso resultan tan decepcionantes las políticas que ponen en jaque la educación y minimizan la importancia del elevado fracaso escolar. Vamos a salir tarde de la crisis. Si también salimos mal ya sería funesto.