A medida que uno cumple años va dilatando instintivamente el concepto de «ancianidad». No hace mucho tiempo pidió un grupo de lectores sanción ejemplar para el compañero periodista que había mencionado a «un anciano de 60 años». En otro momento, oí a una adolescente quejarse de que «un viejo de 20 años» estaba molestándola. En buenas condiciones físicas, la vivencia de la edad es «cosa mentale» (con algún riesgo de ridículo en la «cosa ornamentales»). Su percepción exterior depende, como siempre, del que mira, y por ello es tan subjetiva. Con frecuencia decimos la edad, seguros de escuchar que no la aparentamos, y el interlocutor nos hunde al confesar que no calculaba cinco años menos, sino diez más (hay sádicos para todo). En definitiva, la llamada edad cronológica pocas veces tiene que ver con la sentida o percibida. Lo que la hacía determinante era el derecho a la jubilación y el descanso tutelado por las devoluciones del estado de bienestar.

Cuando vemos que un exministro alemán de Economía €y, encima, socialdemócrata€ postula diferir la edad jubilar a los 80 años, nos parece que esa frontera de la ancianidad, aún vigente en nuestras valoraciones €que cambian cuando la vida nos deja alcanzarla€ es inaceptable en términos de población activa. La propuesta se redime en parte por la voluntariedad del sujeto, pero prolongar en 13, 15 o más años €según las leyes nacionales€ la responsabilidad y el esfuerzo del trabajo contributivo, es volver a la Edad Media.

Los alemanes son muy expeditivos en sus recetas para los propios problemas, sin reparar en los que originan a los vecinos. El señor Wolfgang Clement contempla, sin duda, el problema medular de su país, que es la inversión de la escala demográfica, con una tasa de nacimientos tan decreciente como la de óbitos. La población envejece exponencialmente, y no hay futuro para un país sin incorporaciones a la vida activa que sufraguen los derechos pasivos a partir de los 67 años. Ya es hoy el primer importador europeo de profesionales jóvenes, pero tampoco esto tiene futuro en un horizonte de superación de la crisis económica que Alemania necesita como el que más. Suponiendo que la propuesta tenga éxito y, como suele ocurrir, irradie al entorno, el casi 50 por 100 de desempleo juvenil en España €por ejemplo€ puede crecer en dimensiones imprevisibles.

Frente a las empresas, sindicatos y mayoría social que quieren jubilación lo antes posible, hay muchos españoles disconformes: unos porque se sienten vocacionales de su trabajo y capaces de seguir haciéndolo, y otros porque soportan cargas familiares de imposible cobertura con una pensión, y menos si el gobierno sigue recortándola. Europa ha fraguado una frágil e incompleta union monetaria que puede irse al piso sin la unidad fiscal que hoy predican. Pero son muchas más las armonizaciones pendientes para sostener el tinglado en equilibrio con las potencias consolidadas y emergentes.