Ahora toca que emerja lo peor de cada casa. Lo vamos a ver. Aquí y allá, por todas partes. Miro a Geert Wilders, atildado e impecable, y no sé por qué pienso en Sánchez Gordillo. No es lo mismo, obviamente, pero ambos son igual de fáciles, de elementales, personalidades que sólo tienen que usar lo que tienen más a la mano para tener público. Nada de elaborar mucho las posiciones. Si no, escuchen lo que dice incluso Pujol, mi admirado Pujol, él también registrándose los pliegues de las entrañas para dejar salir lo que brote de la bilis. «Se acabó hacer la puta y la Ramoneta», parece que ha dicho. ¿Dónde está su Cataluña, la que quería convencer a Europa de que era ella la que podía dirigir una España casposa hacia la modernidad? O ese Basagoiti, que da un salto largo para ponerse tres pasos por delante de Mayor Oreja con un sonoro «nos importa un bledo la situación de los presos enfermos».

¿Es necesario poner los hígados encima de la mesa? ¿El primer día de la rentrée? ¿Nos merecemos pasar esta vergüenza masiva nada más empezar? ¿Es completamente necesario este rosario de majaderías, como la de la señora Cospedal, quien tras enumerar un conjunto de cosas innecesarias, alega que también lo es la oposición? Sólo la unidad es necesaria, ha dicho, y se ha quedado tan fresca. Como la señora Valenciano, que parece jurar lo contrario, que sólo la oposición es necesaria y no la cooperación. ¿Nos merecíamos que la consellera de Educación, la señora Catalá, nos insulte diciendo que son precisamente las protestas de los profesores las que hipotecan a una generación de alumnos, y no una política grotesca ya desde los días González Pons y Font de Mora?

En medio de este mundo al revés, en el que la improvisación se adueña de todo, hasta el punto de impedir que nuestros responsables políticos dispongan de unos minutos para meditar una respuesta que diga algo con sentido, y que muestra la forma de entender el oficio que tienen quienes nos dirigen „recuerde el lector la ocurrencia del director de la economía valenciana, el señor Buch, con su argumento de que «cuanto más dinero, mejor», que sin duda debería pasar a la historia de las solicitudes de rescates„ es lógico que la parte ilustrada del país, desanimada y perpleja, quede sumida en la desesperación. Sólo así nos explicamos el artículo de Adela Cortina en El País el sábado pasado, que nos dejó perplejos. Quien fuera una kantiana de pro, derrotada y vencida, se pasa a la neurociencia. No es para menos. Cansada de predicar que hay que ser buenas personas y de apostar por la educación, ahora finalmente acaricia la idea, por una revelación tardía, de que como no sea mediante una intervención masiva en la bioquímica neuronal, a lo mejor no hay nada que hacer con el prójimo.

Es posible que tenga razón. A lo mejor la bondad se consigue con algunas de esas sustancias químicas raras que ella cita y no con el esfuerzo lento, dudoso y enojoso de purificación de la intención moral. Eso lleva toda una vida y quizá sirva para el pesado de Kant, pero la promesa de un efecto moral inmediato en los millones de descerebrados que nos rodean quizá sea el único horizonte alentador. Pero los ilustrados decepcionados, aunque resistentes, que no nos preocupamos de que los demás sean buenas personas, sino sencillamente de que no sean unos incompetentes en el trabajo que nos concierne, no sabemos a qué neurocientífico entregarnos. Presentimos que se trata sencillamente de un poco de inteligencia, no de mucha. Bastaría sencillamente con proponerse no elegir al más dócil, que en el ejercicio de su obsequiosa inclinación suele volverse el más tonto a velocidades de vértigo. Así que, mientras no se aplique de forma masiva la neurociencia, este es el frente más urgente: no dejar que lo único visible entre nosotros sea el primitivismo comunicativo que crece en el subsuelo de este país, tras la erosión consciente de cualquier inteligencia libre e independiente por parte de los poderes reales. Hay que decirlo. Vamos camino de ser un país insignificante desde el punto de vista cultural e intelectual, y por eso somos un país con una clase política estéril „los intelectuales oficiales y los políticos son la misma cosa. Por eso quizá sería bueno señalar lo intolerable, lo inaceptable, y a cambio decir dónde se alzan los aliados, los referentes afines, las voces que no pueden ser confundidas ni ocultadas.

Porque gente que sabe por dónde van las cosas, la hay. Basta ver el Manifiesto de los 17, elaborado entre otros por Guillermo de la Dehesa y Luis Garicano. Se puede consultar en el blog NadaEsGratis y al menos los participantes españoles de este grupo europeo saben de qué va la situación actual de la crisis europea y la historia adecuada para entenderla. Claro que a lo mejor, si se perfecciona aceleradamente la neurociencia, con un poquito de farmacia estamos en condiciones de incorporar todos estos conocimientos a nuestros políticos y así logramos que hagan algo que pueda ser reconocido como adecuado por parte de sus socios europeos, para así no tener que anticipar por cuenta propia el rescate de Bankia y de camino llegar a tiempo para evitar la bancarrota de Cataluña.

Y este es el problema que no tiene en cuenta Luis Garicano, en su artículo Ordnung, aunque argumenta de forma parecida a como concluía mi artículo de la semana pasada en este diario. En su relato acerca del origen de la República Federal de Alemania, pendiente de los asuntos económicos, no tuvo en cuenta que el Ordnung que definió la economía social de mercado alemana se asentó en un pacto histórico entre los demócratas cristianos y los socialistas, como se ve en el libro de 1955 de Kurt Schiller, Socialismo y competitividad. La producción de orden económico tuvo la dimensión de proceder de un poder constituyente. Y este es nuestro problema, el que nadie quiere entender. La RFA se fundó sobre ese pacto, que superó las indecisiones del pacto fundacional de Weimar. Y lo hizo contra el consejo de los aliados. Dado que el PSOE y el PP se muestran incapaces de avanzar en un proceso semejante, los españoles veremos imponerse el poder constituyente de Bruselas. No es necesario en sí mismo, pero todavía la neurociencia no ha llegado a hacernos sabios de la noche a la mañana.

Y ahora la postdata. Por cierto, una curiosidad: ¿qué dirá el cardenal Rouco Valera de este asunto de manipular con bioquímica la conciencia moral? ¿Lo verá como un atentado a la libertad personal, o más bien como la oportunidad de aumentar los feligreses?