Las conjeturas (interesadas) acerca del grado de sinceridad de Arnaldo Otegi en su petición de disculpas a las víctimas de ETA (cuyas hazañas solía justificar y hasta jalear este antiguo portavoz de Herri Batasuna) pertenecen al capítulo de las distracciones idiotas, como la restauradora chapucera del Ecce Homo o los toqueteos íntimos de la concejala de Los Yébenes (que los goce con salud). No te distraigas. En un país en el que el presidente proclama que ha incumplido hasta las conjunciones de su programa electoral «porque así se lo ha impuesto la realidad», dice, resulta cuanto menos pintoresco que nos preguntemos por la sinceridad de Otegi.

El paralelismo entre Rajoy y Otegi proporciona, sin embargo, una ­inte­resante claridad: Otegi y los suyos se encuentran en una situación en la que ya es, por fortuna, secundario que su proclama sea sincera u oportunista (hay elecciones). De alguna manera se ve obligado, le hemos ­obligado a hacerla. En política sólo cuentan las palabras pronunciadas „o los silencios palmarios„, no los secretos del alma. El respeto formal a la norma es más importante que la posible identificación íntima con ella. Los métodos democráticos han vencido. A fin de cuentas, los franquistas no se extinguieron de la ­noche a la mañana, como los dinosaurios, cuando uno de ellos recibió su ladrillazo letal cierto veinte de noviembre, ¿no?

Tenemos a toda esta gente caminando por la senda constitucional cuando tanto les gustaba echarse al monte. Sin descartar que un poco de cárcel puede haber despertado la conciencia del chulito a quien Maruja Torres llamaba «Armani Otegi». Aunque hay conocimientos gozosos „ciertas experiencias estéticas, contemplativas o carnales„, el saber suele cursar con dolor. Así que basta de maniqueísmos y de manipulación de las víctimas porque sin grandeza y generosidad no hay futuro, ya sé que eso lo dicen los obispos, pero alguna vez tenía que coincidir con ellos. La dictadura financiera también ha convertido la guerra vascongada en una pequeñez con demasiados muertos.

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