No es fácil elegir el momento más alto en la vida de Santiago Carrillo, pero, yendo al origen de las cosas, cabría remontarse al verano de 1956, cuando Carrillo, apoyado por Fernando Claudín y Jorge Semprún, define en una reunión del Partido Comunista de España (PCE) la doctrina de la reconciliación nacional, proponiendo a todas las fuerzas políticas españolas, incluso a las más opuestas a su pensamiento, «un cuadro cívico común, un marco legal nuevo, democrático, donde todos podamos desenvolvernos», y llamando a un entendimiento de la derecha y la izquierda que ponga fin a la dictadura y permita el día de mañana contender en el Parlamento y no en el campo de batalla. Desde ese momento, el PCE haría de la reconciliación nacional su bandera, hasta verla cristalizar dos décadas después («el día de mañana») en el inicio de la transición democrática, un episodio histórico que tal vez deba a Carrillo más que a ningún otro estadista.