En Bielorrusia acaba de haber un pucherazo de los que hacen época. Con una participación oficial estimada en un 74% que los observadores internacionales cifran en unos 20 puntos menos, la oposición no ha logrado ni un solo escaño, lo que no es de extrañar si se considera que a sus candidatos se les negó acceso a la televisión y también la prensa se negó a difundir sus programas. En estas condiciones no tuvieron más remedio que boicotear la elección, renunciando a presentarse y pidiendo no acudir a las urnas aunque tampoco es seguro que lograran transmitir este mensaje a sus seguidores. Como ya en 2010 ocurrió lo mismo y las subsiguientes protestas callejeras se saldaron con muchos detenidos de los que 700 continúan hoy en prisión (incluido el candidato presidencial Nikolai Statkevich ), este año no ha habido manifestaciones y el presidente Alexander Lukashenko, en el poder desde 1994, puede vanagloriarse de haber llenado el Parlamento con los candidatos de los tres partidos que le han dado su apoyo en una elección a la soviética que ha llevado al ministro de Asuntos Exteriores alemán a decir que Bielorrusia es hoy "la última dictadura que queda en el corazón de Europa", mantenida con el apoyo del Kremlin que se aprovecha de sus recursos naturales y le suministra energía a precios subvencionados en el marco de una unión aduanera que pretende convertirse en una unión económica en 2015 con el añadido de Kazajstán. Los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea tienen previsto analizar lo ocurrido el mes próximo en Bruselas y es probable que aprueben un nuevo paquete de sanciones que acentúe el aislamiento diplomático de un gobierno que parece no haberse dado aún cuenta de que ya hace 20 años que cayó el muro de Berlín y cambió el mundo.

La otra elección, muy diferente, se celebrará el 7 de Octubre en Venezuela y en ella el inimitable Hugo Chavez tratará de reeditar sus victorias de 1998, 2000, el referéndum revocatorio de 2004 y 2006. Esta vez la oposición ha logrado unirse tras un candidato joven y atractivo, Henrique Capriles, al que las últimas encuestas le dan una intención de voto del 30% frente al 44% de Chavez. Lo tiene crudo aunque no pierde la esperanza porque frente a lo que se dice a veces, el sistema electoral venezolano es uno de los más avanzados del continente y eso dificulta las trampas y garantiza la transparencia de los comicios.

Por otra parte y se diga lo que se diga, Chávez es un candidato muy popular y querido entre los amplios sectores desfavorecidos de la sociedad venezolana. Sus tendencias autoritarias, sus ataques a la prensa independiente o a los jueces, su abuso de la televisión a la que obliga a suspender programas para retransmitir "encadena" sus ocurrencias, no le quitan popularidad. Además se presenta como el garante de la estabilidad frente a un pretendido retorno de las políticas neoliberales de las épocas de Rafael Caldera o Carlos Andrés Pérez si gana Capriles, al que también acusa (sin pruebas) de amenazar con recurrir al golpismo si es derrotado. Chávez es un populista de enorme simpatía personal, que conecta con los sectores menos favorecidos a los que durante estos años ha regado con programas sociales que se dice que llegan al 85% de la población (las llamadas misiones), la distribución de comida barata por la red Mercal y la atención médica que proporcionan cientos de médicos cubanos a cambio de petróleo para la isla. Porque esa es la clave, el petróleo, que supone el 95% de las exportaciones y que le permite subvencionar estos servicios sociales...mientras el precio esté alto.

Venezuela tiene la maldición típica del petróleo que permite vivir de rentas sin crear riqueza, un país que importa el 70% de lo que consume, que tiene una inflación del 28% en 2011, un mercado paralelo que multiplica por tres el valor del cambio oficial del dólar y una de las tasas de crecimiento más bajas de América Latina, mientras se exprime hasta el límite a la empresa nacional de petróleo, PEDEVESA, privada desde hace años de las necesarias inversiones de modernización tecnológica y de infraestructuras con lo que se está matando a la gallina de los huevos de oro. Y todo ello en uno de los países más violentos del mundo, como sabe cualquiera que visite Caracas, rodeada de paupérrimos "ranchitos" y donde las casas se protegen con alambre de espino y rejas hasta en las ventanas de los pisos más altos, que sufrió casi 20.000 homicidios tan solo durante el año pasado. Esos problemas y no solo el cáncer de próstata que Chávez padece desde hace un año, explican la pérdida de influencia de Venezuela en el mundo. Lejos quedan ya los escarceos con Irán o su ascendencia con los otros países del ALBA (Alianza Bolivariana de las Américas): Nicaragua, Ecuador y Bolivia, sin que le sirva de consuelo su reciente admisión en Mercosur tras la salida de Paraguay.

Un día oi comentar a Hillary Clinton que a Chávez se le va la fuerza por la boca y que lo que más le puede molestar es que se le ignore. En estos momentos todo parece indicar que habrá que seguir ignorándole unos años más por obra de las urnas.