Gusta tanto el fútbol que sólo queda expresarse a través de él y con sus términos. Gusta tanto el fútbol que debería extrañarnos que no intenten quitarlo, como todo lo demás que gusta. Gusta tanto el fútbol que queda fuera de nuestra decadencia (de «cadere», caer, de «la que está cayendo», vaya). Se recorta en el comedor escolar pero no en la dieta de fútbol, así que, expliquemos en lenguaje balompédico a lo que vamos.

Los jugadores están a sueldo de los clubes, los clubes gestionan el equipo, el patrimonio y el intangible de «los colores» que da tanto dinero tangible. Nada sería posible sin los socios y los aficionados. Hay que suponer que en el estadio y en el campo todos están para ganar pero cada domingo juegan escuchando el fragor oceánico de las gradas, donde rompen las pasiones altas y bajas. En la anomalía audiovisual que es un partido a puerta cerrada lo que más se ve es el silencio, señoras y señores diputados, señoras y señores del gobierno.

Se entiende que se quiera gobernar y legislar a puerta cerrada, entre el silencio, si acaso con las voces sueltas de la tertulia brava, y hasta se puede aceptar la calidad de las intenciones y la eficacia de las tácticas porque nadie puede negar la influencia del jugador número 12. Pero no se puede aspirar a quitarle a la gente de todo (menos fútbol) „parte del sueldo, parte del descanso, parte de lo que entra en la cesta de la compra y en el depósito de la gasolina, de la educación de sus hijos, de la atención a su salud...„ sin oír más que palmaditas de las elites por «tener el valor» de tomar «medidas impopulares». Da vergüenza oírles pedir silencio para que el sonido no afecte a la imagen.

A algunos diputados y ministros conviene recordarles para qué se juega y para quién se juega. A otros no, porque lo tienen claro, de ahí que no se sientan seguros más que detrás de un número desproporcionado de policías.