La política es una de las actividades más nobles a las que puede dedicarse una persona en un sistema democrático. Y la inmensa mayoría de los políticos la entendemos como la mejor forma de servir a nuestro pueblo, a nuestra ciudad y a nuestra Comunitat, porque queremos y creemos que podemos trabajar cada día para mejorar la vida de nuestros vecinos, de todos los ciudadanos.

La corrupción, cuando afecta a políticos, banqueros, empresarios o sindicalistas, forma parte de lo más abyecto, indecente y despreciable de nuestra sociedad. Nadie, y los políticos más que nadie, los quiere en el sistema. Porque lo pervierten. Y por eso somos y debemos seguir siendo implacables con la corrupción, estableciendo niveles de exigencia acordes con el pulso de la calle. Pero pretender hacer ver a la sociedad que la corrupción sólo afecta a la clase política es un error que no deberíamos permitirnos como sociedad.

También es necesario recordar que nuestro sistema de representación democrática ha demostrado históricamente ser el más eficaz para atajar y castigar cualquier forma de corrupción. En otros sistemas políticos, la corrupción es una parte fundamental de su funcionamiento, porque no hay mecanismos de control o éstos son parciales.

La Democracia no es, como algunos pretenden hacer ver, un sistema generador de corrupción, sino todo lo contrario: Nuestra Democracia, y la división de poderes, combate la corrupción.

Democracia y corrupción se repelen, porque son el polo positivo y negativo de la sociedad. Una sociedad, la nuestra, que si bien atraviesa una importante crisis de valores y de respeto, de optimismo y esperanza, es fuerte, sabe lo que quiere y sobre todo, tiene la inmensa capacidad de distinguir entre el bien y el mal, entre el todo y la excepción.

Jamás en la Historia de España ha habido una clase política tan controlada, tan fiscalizada, tan analizada y tan supervisada en el qué hace y de qué forma lo hace como hoy en día. Y la gran mayoría, creemos que ésta es una garantía para todos.

Hoy en día todos los casos conocidos están en manos de los tribunales. Pero es necesario insistir en que son los magistrados quienes juzgan, no los partidos políticos, ni sus diputados, tampoco los grupos de presión. Estos procesos tienen lugar en los tribunales. Eso sí, la Justicia debe ser rápida, imparcial, apolítica e implacable en todos los casos, pero especialmente en los que generan más alarma social.

Y la sociedad también nos juzga. Faltaría más. No sólo disfrutamos de la libertad de opinión sino también de la libertad de elección. Pero en este caso, el juicio de la sociedad es por nuestra gestión y por la forma en la que hemos aplicado la encomienda que nos hicieron en las urnas. Y ese «juicio», la base de nuestra Democracia, tiene lugar cada cuatro años, en las elecciones, aunque la participación de los ciudadanos, cada vez más activa, es clave para mejorar nuestro trabajo cada día.

Por eso, estoy absolutamente convencido que del buen hacer de la política y la justicia depende la salud y el futuro de la Democracia.

?Portavoz del PP en las Corts