Guardo las llaves de muchos hoteles en los que he estado. También encuentro las facturas (de La Mere Poularde, en St. Michel o de el St. James&Albany, de París). Y en algun caso hice fotos, de madrugada, a mi pareja, dormida.

Las llaves son tarjetas magnéticas y cuando te vas las desactivan. No puedo entrar en mi habitación regia del Sacher de Viena con vistas a la Albertina y el Homfburg. O al otro Sacher de Salzburgo, a dos pasos del Mozarteum. Pero juego con la del Intercontinetal de Praga y con los recuerdos y con el bloc de notas.

Con la foto magnífica del Roosevelt de Nueva York me quedo en Ragtime, el filme de Milos Forman. El restaurante del Algonkin me atrae, por lo de la Mesa Redonda y Dorothy Parker. Y con la postal del Hoche de París me basta para recordar mi conversación con Omar Sharif en la barra del bar. En el de St. Moritz el barman me dijo que «si vede che é un uomo de cultura». Me envió a Sils Maria. Gracias.

En el de Hotel de Ambos Mundos, de La Habana, tengo la cuenta de mojitos... que tomé con Douglas Laprade. Él me envía un email y dice que se tomó hace dos meses uno a mi salud y añade «I miss you». Yo estaba con Elena Vilardell en un resort de Cubacan. Ella pescó in extremis un niño bien de Castelló. Yo, en el Floridita, la hija guapa del más rico de Canadá. Un huracán vestido de Galiano.

Pero nada puede igualar el impacto de llegar al Ritz de Madrid y que me espere Ángel Zúñiga y que me compare a Greta Garbo en Ninotchka. Yo llevaba capa española. En el Ritz de Barcelona hemos organizado Francisco Umbral, Leguineche y yo una orgía. Luego del Planeta.

Del Danieli de Venecia qué puedo contar... Al lado del palacio de los Dux. Llegué con la Orquesta de la Generalitat Valenciana. Lorin Maazel la dirigió en La Fenice. Lo de la góndola lo dejo para otra postal. Había estado antes en el hotel Falier y en el albergo San Synforien. Cada época su decorado.

Del hotel Dómine de Bilbao tengo esa llave roja como tengo el jabón de limas verdes de Hermés del hotel de Cabo Ajos. No suelo llevarme las toallas. Pero tengo las zapatillas de todos, incluido el Majestic de Barcelona. ¿A dónde me llevarán?

Del Savoy de Londres sólo guardo el menú de la noche que cené con Halley Mills y con sus hijos y el rockero de su marido. Roy Boulting ya había fallecido. La madre tenía cien años.

El hotel Pariz de Praga tiene magia. Anoté en una servilleta un argumento. La comencé y la acabé. Fue un parto con dolor. Sale el gran músico Jiri Prantl. Luego Pere María Orts creía que iba de él (nunca ha descubierto un genio). Lo dijo Anne Marie von Mutter.

No tengo las llaves del hotel Arts, en el puerto olímpico de Barcelona. Es más, me dejé las mías en la caja. Me pasa por cenar con Isidre Puigdevall y Ana María Matute que me hablaba de rubios. Y no perdí más de milagro. Ella tiene la llave de mi fantasía.

Tengo las llaves de los hoteles que me embrujan. Puedo volver a Mariembad cualquier noche (en sueños).