Algunos episodios políticos parecerían más bien productos cinematográficos si no fueran verídicos. Un presidente autonómico pretendía visitar una multinacional automovilística norteamericana y acabó con sus huesos en un McDonald´s vecino. Lo mismo les ha sucedido a los eurodiputados que han visitado Washington para investigar los espionajes telefónicos de la NSA. Son Expedientes X de la política, como la aparición del rostro de Chávez en el metro de Caracas evocando las caras de Bélmez.

Entre determinada realidad y la imaginación hay poco trecho. No hay nada como las series de ficción en televisión para retratar la política. La televisión sí que es una ciencia exacta y no el periodismo o la economía. Las series que proliferan en la televisión de pago descubren la realpolitik, es decir la política desprovista de ética o moral, la antítesis de la audacia: los políticos hacen habitualmente lo que les conviene a ellos, no lo que tienen que hacer.

En un documental de Canal+ se interpelaba a algunos políticos domésticos sobre la erótica del poder y su reflejo en el género dramático. Para quien no lo frecuente, este producto desnuda a los lobbies, denuncia el cinismo, nos muestra el verdadero poder que son las damas de la política, la mezquindad o la mentira. Excepcionalmente también descubre la heroicidad escondida en el metabolismo basal de la acción pública.

En eso, los norteamericanos nos aventajan. La democracia estadounidense maduró mucho antes de Tocqueville y, aunque arrastre algunas adiposidades, exhibe incontables fortalezas. A diferencia de España, en Estados Unidos se permiten daguerrotipos sobre el mundo político, cuando no comunicacional. No lograríamos una visión más verosímil aunque nos trasladáramos al epicentro físico de los enjuagues. Tras la mítica El ala Oeste de la Casa Blanca llegaron House of cards de Finch y con Kevin Spacey (un portavoz republicano que mangonea el Congreso) bordeando la perfección; Boss y Kelsey Grammer (el de Frasier) como alcalde corrupto; Political Animals, con Sigourney Weaver rediviva y majestuosa; Veep, Scandal€

Y junto a esta feraz producción encontramos productos como The newsroom conjugando la política desde la redacción del imaginario canal todo noticias Atlantic Cable Network „puro Sorkin„ recreando el medio y emocionando al respetable. Se disecciona el poder y la corrupción adherida, desde distintos prismas que van de la crueldad a la hagiografía, pasando por el humor o la tragedia.

¿Por qué semejantes ejercicios de estilo no son posibles en nuestra televisión? Exceptuando Crematorio con Pepe Sancho, la vasca Vaya semanita o la hilarante Polònia de TV3, nuestra democracia se resiste a al juicio escópico. Fuera de los extintos guiñoles no hay sátira política que valga en un panorama decepcionante.

Obama puede camearse con delantal en Saturday night live, pero aquí no se atreven Rubalcaba y sus EREs, Rajoy con Bárcenas, Fabra y su gestión del naufragio gurteliano o Morera y Oltra con su esgrima conyugal. O nos parece imposible una sitcom de risas con Zaplana, Rita o Puig. Y mira que darían juego.

Son difícilmente digeribles las razones por las que cuesta reírnos de nosotros mismos. En el caso valenciano el asunto es digno del diván colectivo. Los complejos o el enanismo intelectual alejan al político de su teatralidad. Si se dejaran humanizar moderarían la crispación o el sectarismo. Sometamos nuestras miserias colectivas al túrmix de la ficción televisiva. Les iría mejor a ellos. Y a nosotros.