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A mejor vida

Un buen amigo mío ha pasado a mejor vida. No es que haya fallecido, en absoluto. Sí ha muerto su precaria vida laboral, su mísero sueldo, su denigrada condición de inmundo teleoperador. Curioso que logre su dicha en una funeraria (tan paradójica es la vida como la muerte). La existencia es harto caprichosa. A mayor empeño de los matemáticos por descifrar lo inteligible, menos entendemos nada. En verdad reconforta que los tuyos encuentren su lugar en la vida (y otros en la muerte, claro). La gente llora a sus difuntos. En cambio yo soy más de plañir con los vivos, sobremanera si devienen moribundos, algo usual en los tiempos que corren.

Advertí a mi amigo „afán de joderle un poco„ que acabaría cobrando seguros cual «hombre de la muerte». Justo él, que se siente muy vivo junto a su no menos vivo marido. Erré. Surrealista mundo éste, en donde una funeraria es menos fúnebre „y más sensata„ que la realidad. De hecho, pondré un anuncio en internet para formar un club de amigos muertos. A los vivos mejor tratarlos de lejos. Basta pensar en Rajoy para plantearse el sentido „o sinsentido„ de la vida. A todo eso, puestos a ponerse fúnebres, ¿cómo es que Wert no acudió al sepelio de don Manolo Escobar? ¿Qué tipo de vida cultural representa este espectro? Otro sinsentido existencial: un político momificado que aparece como la parca, cuando menos se la espera.

¡No entiendo nada! A nadie sorprenda que el DNI informe en breve sobre la situación biológica de cada sujeto. Estado civil: soltero; estado biológico: muerto. Por ahora siento envidia de este amigo complacido con lo fúnebre. ¡Viva él! Uno duda sobre si es mejor vivir, sinvivir o morir. Por eso uno ansía pasar a mejor vida.

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