Dice Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco que cualquiera puede estar furioso. Eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la forma correcta, eso no es fácil. En la Comunitat Valenciana y en España se vienen produciendo desde hace tiempo una serie de acontecimientos y omisiones que han hecho perder a la gente no sólo su entusiasmo, sino la emoción de sentir que pertenece a una determinada colectividad.

Pareciera que las cosas cuando se materializan en la esfera privada, empresarial o mercantil adquieren un plus de veracidad general que no adquieren en otras esferas de la vida. Después de que la Iglesia durante siglos ha demostrado que la fe y las emociones contribuyen a mantener una clientela, las escuelas de negocios predican la inteligencia emocional como cualidad más importante que el coeficiente intelectual. Y es que seguimos a todo aquello que nos emociona.

En los últimos treinta años, los dos grandes partidos nacionales y gran parte de sus dirigentes se han preocupado con éxito de ir matando las emociones de sentirnos valencianos y españoles en esta Comunitat Valenciana y en esta España que no hace más que avergonzarnos a las personas honradas y con un poco de sentido común. Es cierto que el principal objetivo nacional es no perder una generación de jóvenes como factura de la política y el modelo de crecimiento económico diseñado por el Gobierno de José Mª Aznar y que José Luis Rodríguez Zapatero erróneamente continuó. Pero no deja de ser más cierto que a la hora de reconocer el desastre y aunar esfuerzos para la recuperación, la gente necesita recuperar las emociones perdidas. Buena prueba de esa necesidad es la situación actual en Cataluña en donde parece que una nueva mayoría comparte, aunque a mi juicio equivocada, una vieja pero renovada emoción.

Es incomprensible para muchos ciudadanos que en un Estado de Derecho no sea el Derecho el tema prioritario de las ideas y de las reformas efectivas. Es decepcionante que el partido socialista, en su reciente Conferencia Política, no hablara de cómo hacer para acortar los procesos judiciales, para agilizar la administración de justicia, para poner objetividad en los altos organismos jurisdiccionales, para prestigiar la judicatura, para que los chorizos convictos y confesos pasen la totalidad de la pena en la cárcel o para ejemplarizar desde el partido las conductas deshonestas. Han de entender que la gente se desafecta cuando ve en la calle a tanto mangante y ve entrar en prisión a una madre con su bebé porque la encontraron con una planta de marihuana. Así no vamos a ninguna parte.

Mientras tanto, el Partido Popular sólo reza para que la economía le dé un respiro ignorando que no sólo de pan vive el hombre a pesar de su enamoramiento con la Conferencia Episcopal. Entiendo a los catalanes y me gustaría tener otra España para poder tener una nueva emoción que alimente ilusiones por algo distinto a lo que tenemos los valencianos.