Las empresas se convirtieron en inseguras a llegar hasta nosotros esas avalanchas, esas americanadas de las absorciones, en donde el que absorbe desprecia a los absorbidos como a seres inferiores a los que hay que expulsar del nuevo conjunto.

Cuando hablamos de libertad, habitualmente nos referimos a su aspecto político. Pero para las personas, la sensación de libertad se percibe cuando se extiende mas allá; es decir, a todas las posibilidades que se le pueden brindar a lo largo de su vida. Por ello a mí siempre me ha gustado hablar no solo de libertad, sino de libertades, así en plural.

Un ciudadano se siente libre cuando puede desarrollar su vida accediendo a los estudios que desea, adquiriendo la vivienda que precisa, consiguiendo los bienes que ambiciona y desarrollando la vida profesional y familiar que sueña. Y eso solo se consigue cuando se dispone de una plena seguridad en el porvenir que le garantice acceder progresivamente a esas metas. Ése es un hombre libre. Ocurría hace años a los españoles que conseguían empleo estable en una empresa solvente y segura, con la garantía de un futuro de ascensos y mejora de sus condiciones laborales.

Pero de repente todo cambió. Las empresas se convirtieron en inseguras a llegar hasta nosotros esas avalanchas, esas americanadas de las absorciones, en donde el que absorbe desprecia a los absorbidos como a seres inferiores a los que hay que expulsar del nuevo conjunto. O también con las modas de la contrata de la mano de obra por proyecto, de modo que terminado el proyecto terminado el trabajo y a otra cosa mariposa. Y tampoco podemos ignorar las inesperadas oleadas de empresas que repentinamente quiebran y desaparecen o deciden cambiar de país dejando en la estacada a sus trabajadores€ y se acabaron los garbanzos.

En estas nuevas situaciones que van apareciendo, ¿qué libertad les queda a esas personas para encauzar sus vidas? Si han quedado prácticamente como esclavos del desaliento, rebajando sus exigencias profesionales y económicas a lo mínimo, a la espera de una nueva oportunidad que les permita recomenzar su historia profesional, mutilando todas sus ambiciones de futuro. Solo implorando la limosna de unos pocos garbanzos para sobrevivir.

¿Qué sentimiento de libertad le queda a un parado de larga duración que va de anuncio en anuncio, enviando su curriculum con total desesperanza hasta ver si logra alcanzar algún garbanzo perdido? ¿Hasta qué punto dispone de libertad un joven que corona brillantemente sus estudios y año tras año no encuentra lugar de trabajo si no es abandonando a los suyos y a su tierra? A lo más a comer indigestos „a su gusto„ garbanzos a lo Francfort. ¿Qué libertad puede tener un hombre a partir de los cincuenta, si perdió su puesto en la empresa? ¿Qué garbanzos comerá su familia después de los dos años del desempleo?

Aquí hemos avanzado tanto en tan poco tiempo que hemos cerrado los 360 grados y estamos como en el año 1900, en una España sin garbanzos. Con muchos gestos políticos y muchas estructuras sociales. Pero para muchas personas cada vez con menos horizontes personales y sin seguridad en el futuro. Y así ya van faltando los garbanzos. Cada día un puñadito menos, tacita a tacita, viviendo como dice el refrán: «Cuando no hay harina, todo es mohina». En resumen, que después de hablar tantos años de lo social, ahora resulta que nos hemos olvidado de llevarlo a la práctica.