La abrumadora mayoría de votos que han confiado en Ricardo Blázquez para presidir la Conferencia Episcopal Española no se parece a la anterior, un interregno entre dos periodos de Rouco Varela que el entonces obispo de Bilbao vivió como secuestrado. Francisco no necesitó insinuar una candidatura durante la reciente visita ad limina de los 83 obispos españoles.

La salida del cardenal gallego estaba cantada, no tanto por su edad (casi 78 años) como por incompatibilidad con la nueva pastoral vaticana. Francisco es un moderado a quien se atribuye la voluntad de rescatar las reformas del concilio Vaticano II yuguladas por los dos papas anteriores. O sea, devolver a la iglesia su propia doctrina ecumenica, no personal. No hay sitio en ella para el duro dogmatismo de un cardenal-arzobispo con poder, como ha sido el gallego hasta su cese, en el que muere matando con altaneras críticas al nivel intelectual del discurso público, «más bien pobre», además del triste balance de una presión retardataria mediante impresentables (y politizadas) manifestaciones contra esto y aquello, que han servido para desertizar templos y seminarios.

Recibido en Euskadi con hostilidad, Blázquez se ganó a la grey catolica con paciencia y sin prisa, como quiere Francisco.

Ahora, cuando preside la jerarquia española sin que nadie le maniate, es presumible un avance en paralelo con el del papa. Espero con curiosidad la reacción de los «teólogos de la liberación» españoles, pensadores de la fe con muy alto nivel intelectual que en parte han sufrido penas severas como, por ejemplo, la expulsiòn de la Orden Claretiana decretada por Juan Pablo II contra Benjamín Forcano por un libro sobre sexualidad y religión. He visto a católicos ortodoxos claramente atraidos por su palabra, que en síntesis no apologiza otra cosa que el amor, supuesto núcleo de todo cuanto deriva de la palabra de Cristo. Junto a él, figuras como Casaldáliga, Masiá, Bermúdez, Sobrino, Arens, Alegre y otros, han mantenido viva en el ámbito hispanohablante, como el perseguido Leonardo Boff desde su autoridad y liderazgo, una doctrina más cercana y realista que la emitida por los papas Juan Pablo y Benedicto, inspiradora de la autocritica no solo de los católicos, también de los agnósticos.

Realismo no es relativismo, ese «vicio» tan señalado por la iglesia anterior a Franscico. Pero en términos teóricos, lo que no es relativismo es dogmatismo. En el reino de este mundo, el dogma está muy por debajo del ejemplo, digan lo que quieran los administradores del mundo «otro». Son tantos y tan significativos los ejemplos de Francisco en lo que lleva de pontificado, que a lo mejor está cimentado en ellos la revoluciòn tranquila que ha de llegar. Recibo periódicamente el Panel teológico de Forcano „muy «francisquista»„ y espero constatar en el próximo la objetividad o el error de mi optimismo ante el periodo de Blázquez al frente de la CEE. Ya les contaré.