La noticia es que la Conselleria de Sanitat recorta en 35 millones su aportación a la financiación del Hospital General de Valencia. La magnitud (más del 17 % del presupuesto anual) es inquietante y suscita interrogantes sobre la forma en que se administra el dinero del centro y del sistema sanitario valenciano. Ya se habían producido otros recortes desde el trípode diputación-conselleria-ministerio pero se podían imputar a la villanía de Zapatero, aunque ya entonces los recortes desde los manantiales autóctonos fueran mayores. Este recorte se justifica por la aplicación del modelo de financiación capitativo, como otros hospitales públicos.

Los gestores del centro afirman que su sagacidad mantendrá la oferta y la calidad de las prestaciones. ¿Dónde estaba hasta ahora su sagacidad? ¿En qué se gastaban esos 35 millones, y todos los recortados antes, si ahora se puede prescindir del dinero sin que se afecte la funcionalidad? En un pasado reciente, el centro tenía ya una deuda de 187 millones, más que todo el presupuesto anual actual. ¿Cómo se pudo generar tanta deuda con una financiación muy superior? Las respuestas apuntan a que, durante lustros, la gestión del hospital y de la sanidad valenciana ha ido de la mano de personajes poco sagaces y muchos, probablemente, muy corruptos.

Hace unos años, Luis me comentaba que los argumentos del gerente de su hospital, cuando fingía buscar complicidades para promover nuevas actividades del centro, era que éstas eran una buena «oportunidad de negocio». No parece el argumento más adecuado en un centro público. Después, el tiempo mostraba que, efectivamente, sí existía una oportunidad de negocio, pero no para el centro o la sanidad pública, que asumía y tutelaba costes, sino para las actividades privadas de empresas y profesionales, con las que el gestor tenía, con benevolencia, al menos, simpatía. Durante años hemos visto como la gestión de la sanidad pública es, predominantemente, una oportunidad de negocio político de la casta gobernante: el paciente no es el objetivo prioritario, sino la excusa para las actividades de empresas de servicios y suministros y de profesionales de todo tipo, con la complicidad disimulada de los dirigentes.

La solución a este desbarajuste, enquistado y extenso, es difícil. La colla clientelar de líderes-adaptados, de colocados-sometidos, es inmensa a todos los niveles. La falta de talento la disimulan con el despilfarro, el progreso lo pueden comprar a las multinacionales que, muy sensibles a sus debilidades, se ponen las botas; ellos después lo publicitan como fruto de su sacrificio y sagacidad.

Las líneas rojas del Molt honorable president son inútiles para controlar este expolio, solo palabras, que quedan al final del camino del latrocinio; mientras que antes son sistemáticamente burladas por muchos, que quedan protegidos con la solidaria complicidad del entorno. Si realmente se quiere una gestión más honesta de lo público, se debe cerrar antes el paso a esta marea de gestores sinvergüenzas que tejen esta red clientelar de expolio económico y moral. Lamentablemente, cuando se surge de este medio de cultivo, se necesita este alimento para sobrevivir. Así solo se puede proteger y ocultar lo que hacen los soportes, si no sería su fin.