Llamar «régimen del 78» al movimiento político que trajo la democracia a España después de una dictadura militar desde 1939 hasta 1975 resulta una mala utilización del lenguaje. Más aún cuando se hace despectivamente, comparándolo con el verdadero régimen ilegítimo del general Franco que conculcó la libertad de los españoles.

Lo más desconcertante es que ciertos ciudadanos hayan perdido la memoria. O tal vez que en aquellos tiempos eran niños de pecho o aún no habían nacido. Parece que nadie recuerda la dictadura franquista, las leyes del Movimiento, la Falange, su censura de prensa y expresión, su violencia contra los derechos civiles y laborales, su estado policial y militarizado, su encarcelamiento de disidentes, sus torturas, su persecución de homosexuales, su represión generalizada, e incluso la pena de muerte, ejercidos contra toda ideología que no concordara con el verdadero régimen, como ellos mismos le designaban. ¿Es que padecemos alzhéimer?

En 1975, con la muerte del dictador, se abrió para España la esperanza de convertirse en un Estado moderno, europeo y democrático, pero esa descomunal conquista no fue precisamente un paseo. Los militares no estaban dispuestos a ceder el terreno y eran constantes los contactos para provocar una nueva sublevación, que continuara con el espíritu heredado.

La política se convirtió en un verdadero encaje de bolillos, en la que todos los partidos fundadores de la actual democracia española se vieron obligados a realizar pactos imprescindibles, que en muchas ocasiones supusieron renuncias en pos de que el proyecto democrático fuera posible. Hay que recordar que el día en que se legalizó y presentó el Partido Comunista, para no alarmar más al alto mando militar, alguien tuvo la idea de incluir en un lugar visible de la presentación una bandera española roja y gualda, es decir, de origen monárquico, aunque sin las pretenciosas enseñas de la dictadura, como el águila imperial y demás simbología fascista. ¿Creen que fue fácil para Santiago Carrillo hacer esta concesión tan contradictoria con sus principios? Pues no. Ejerció de esta forma un sutil ejercicio político que aún debemos agradecerle.

Por eso, cuando ahora se trata con desprecio al mal llamado «régimen del 78», me produce verdadera indignación y hasta vergüenza colectiva. Aquel fue el tiempo de la libertad. Y muchos recordamos perfectamente los conciertos de Paco Ibáñez cantando a Antonio Machado y Miguel Hernández, y también los de Luis Eduardo Aute, Serrat, Lluís Llach, Jaume Sisa,

Lluís Miquel y tantos otros que nos conmovieron para dar impulsó a una España libre que se conquistó con la voluntad inequívoca de la mayoría absoluta de los ciudadanos.

A ese tiempo le debemos todos la posibilidad de existir ahora políticamente, de poder votar en las urnas, de expresarnos con libertad, de gestar partidos políticos que incluso manipulan y desvirtúan el nacimiento de la democracia española. Un hito que no había sido posible mantener vivo en nuestro país desde el principio de su compleja historia. Es muy posible que la Constitución que entonces se redactó tenga mejoras que realizar, porque fue hecha bajo las circunstancias que en ese momento vivía el país. Y si esos cambios deben hacerse por acuerdo de los españoles no habrá nada que objetar.

Resulta muy comprensivo que la profesionalización y falta de ética de tantos políticos, la corrupción, en suma, haya dado lugar al enfado y desapego de muchos ciudadanos de nuestra realidad. Una repulsa que a veces se radicaliza en posturas dudosamente democráticas, por su falta de respeto hacia el adversario. Pero los políticos no son la política. Sólo la ejercen. La política democrática debe seguir siendo el libre ejercicio civil de la vida pública, y cuanto más nos acerquemos a este fin más libres y demócratas seremos. El ultrajado «régimen del 78» nunca ha sido malo, sino aquellos que lo han pervertido.