Por fin la Liga de Fútbol Profesional se ha tomado en serio la mala educación en los estadios. Bienvenida la cordura aunque sea tarde. Cuarenta años ininterrumpidos yendo a Mestalla y siguiendo el fútbol nacional dan para mucho. El fútbol se había convertido en un escaparate en el que se podía desatar toda la barbarie que llevamos dentro y que exportamos a nuestros hijos. Este bello deporte o espectáculo se proyecta de forma directa en nuestros pequeños y se convierte en una radiografía de la sociedad. El fútbol nos brinda una gran oportunidad para educar a niños y a adolescentes. El rival en el campo no es un enemigo, nos da la posibilidad de ganar y en la victoria se debe ser elegante. La derrota no debe convertirse en un drama colectivo sino en un acicate de superación. Restaurar la esencia del deporte es misión de jugadores, directivos, aficiones y medios de comunicación. El engaño del jugador en el campo también debería ser penalizado mucho más duramente, el fin no justifica los medios.

Desde que en 1972 mi tío me llevó por primera vez a un partido en Mestalla he podido disfrutar con el equipo de mis amores pero también he visto cómo sillas de enea salían volando en dirección al terreno de juego. He presenciado partidos interrumpidos por lanzamientos de almohadillas, naranjas, botellas, botes y bengalas. Tuvo que venir Hiddink, entrenador holandés, para hacer que se retirara una esvástica de Mestalla. Durante muchos años algunas peñas se convirtieron en refugio de ultras extremistas que, amparados por dirigentes, insultaban a árbitros, ciudades, comunidades autónomas o equipos rivales con la más absoluta impunidad como si fuera parte del espectáculo. Desgraciadamente, esto ocurría en la mayoría de los estadios españoles.

Me niego a aceptar la violencia verbal como un hecho singular del fútbol, ya que después se traslada a la ligas de categorías inferiores en el deporte escolar y federado, haciendo un daño enorme a las generaciones que nos preceden. Jornada tras jornada en el fútbol-base, padres furibundos insultan a árbitros, critican a su propio entrenador y presionan hasta la saciedad a sus hijos. Sería mejor que se quedaran en casa y no enturbiaran los encuentros. En otros deportes como el rugby o el baloncesto esto no es habitual. Nunca he entendido el silbido a jugadores que defienden tus colores. Tuve la enorme fortuna de presenciar dos partidos del Valencia CF en el campo del Manchester City y del Aston Vila y comprendí rápidamente la diferente mentalidad que existe en aquellos lares donde lo único que se hace es animar incondicionalmente sin menosprecios al rival.

Con respecto al señor Tebas, se podrá discrepar de los horarios de los partidos pero lo que sí puedo asegurar es que el domingo 15 de febrero se jugó en Mestalla a las 12 contra el Getafe y había más niños que nunca, que pudieron ver ganar a su equipo sin escuchar insultos hacia nadie. Fantástica noticia para una persona que no se sube al tren de la mala educación porque otros se subieron y que prefiere ir contra la marea. Se equivocan los que gritan «Tebas, vete ya»; son los mismos que gritaron «Quique, vete ya» o «Cúper, vete ya». Comprar una entrada o tener un pase no nos da derecho a insultar. Resulta más efectivo el apoyo incondicional. El ánimo nos hará grandes como club y como personas.