Confieso que, hace un tiempo no muy lejano, estaba dispuesto a quemar contenedores y romper escaparates de bancos. Nunca lo llegué a hacer porque nunca he sido así, pero tengo que admitir que había llegado a un punto como ciudadano en que no podía más. No hace falta que me extienda mucho en lo estúpido del asunto, sólo quiero dejar constancia de lo difícil que puede ser canalizar el desencanto y la rabia, también entre gente no violenta, que puede encontrar fácilmente excusas éticas para volverse un cafre. Los argumentos siempre eran los mismos: «No ha habido ningún cambio social de verdad en la historia sin violencia» y cosas así. El Gobierno estaba ejerciendo una violencia muy evidente sobre el pueblo así que era legítimo realizar algo violento. Entonces conocí a Antonio Penadés. Pronto estábamos hablando de corrupción y en un momento él descubrió que mi compromiso social era callejero y yo, que él era un abogado que estaba ayudando a poner contra las cuerdas a Rafael Blasco. Recuerdo que Penadés me dijo que había que canalizar la rabia hacia cosas prácticas.

Meses después de ese encuentro terminó el juicio a Blasco y observé estupefacto el resultado del trabajo que había llevado Antonio junto con Vicente Torres, el fiscal anticorrupción, y la abogada de la Generalitat: Blasco era sentenciado a ocho años de cárcel en la primera parada de un calvario judicial que acababa de empezar. De aquel caso ha nacido Acción Cívica, una asociación independiente y apolítica que brinda su estructura para que abogados de cualquier punto de España puedan personarse como acusación popular en procedimientos judiciales por desvío de fondos públicos.

Se respiran tiempos de cambio en España. Pujol ya lo advirtió en la ominosa frase de su comparecencia parlamentaria en Cataluña: si agitas la rama, se romperá el árbol entero. Entre tanta detención uno ve el brillo de los cuchillos de compañeros de partido en espaldas corruptas y la pérdida del miedo de gente que ya se ha dado cuenta de que soplan vientos cada vez más fuertes en favor de la decencia. El espectáculo está siendo asombroso y crece la impresión de que el ecosistema impune que se habían montado los listillos se está resquebrajando.

Pero hay trabajo por hacer. Es insultante ver a los políticos que asignan los presupuestos pedir celeridad a la justicia cuando todo el mundo sabe que es una cuestión de recursos. Por cosas como esta, asociaciones como Acción Cívica son más necesarias que nunca, para ayudar personándonos como acusación popular en los casos que sea justo hacerlo. Digo personándonos, porque la persona que yo era antes, que por un tiempo estaba dispuesta que todo fuera un caos para que hubiera justicia, ahora pertenece a esta asociación. Ayudaré en lo que pueda e invito a toda la gente que nos apoye. Hay que cambiar las reglas del juego y proteger las que funcionan.

El nauseabundo paisaje de mezquindad política que exploraba muy poca gente se está llenando de la voz del pueblo, cada vez más unido en asociaciones ciudadanas como Acción Cívica. Hay que fiscalizar a los gestores de nuestro dinero. Hay que pasar a la acción. Cívica, por supuesto.