La Universitat Politècnica de València diseñó en 2007 el programa Valentina, cuyo objetivo es «mejorar la percepción que tienen los alumnos de educación secundaria sobre los estudios de carácter técnico». Se trata de conseguir mayor presencia femenina en grados como Ingeniera o Arquitectura, en donde escasean las matriculadas. Tanta abundancia de «cerebros masculinos» resulta poco gratificante, pues, ¿acaso existen carreras universitarias sexuadas? Bueno, ya saben que los forjados en artes o humanidades, por ejemplo, disponemos de esa «sensibilidad» propia entre filósofos (servidor), filólogos, poetas o pintores. Por otra parte, valores idealizados como la «utilidad» y la «exactitud» corresponden a grados científico-técnicos. Dicha dicotomía tan absurda otorga un rango de «superioridad» (¿virilidad?) a unos saberes frente a otros, siendo, claro está, lo «femenino» quien tiene todas las de perder.

La UPV se sensibiliza ahora ante esta cosmovisión simplista de los saberes. Con todo, su acción resulta, cuanto menos, insuficiente. Y esto ocurre por esa incapacidad congénita para traspasar los muros ciclópeos de sus campus. Evidencias «científicas»:

a)Entre su vasta cantera de graduados, la mayoría perpetúan caducos estereotipos sexistas. Huelga decir que las mujeres de ciencias brillan por su ausencia en los temarios de sus materias en la ESO y Bachillerato.

b)Los discursos de los profesores de ciencias mantienen roles vetustos in saecula saeculorum, obviando los valores implícitos en su teoría y desnaturalizando el diálogo, la intertextualidad o el análisis crítico.

c)Otros, sin ruborizarse, consideran que las ciencias son más difíciles que las letras. La Psicología, sirva como caso, es inexistente en las aulas, tal vez porque, hasta no hace mucho, era una rama vinculada a lo humanístico.

d)Muchísimos docentes ningunean u obvian dimensiones tan enriquecedoras como el arte, la poesía, la música, la creatividad o la filosofía. Esto, en todo caso, se considera propio de «marías» (curioso remoquete, por cierto).

e)La rama científico-técnica se ha atrincherado en sí misma menoscabando la «educación transversal». Esto es, los valores, feminismos, la dimensión crítica y ética se reducen a cenizas filosóficas. La violencia de género o la igualdad, por ejemplo, son relegadas a lo «privado», como quien se ejercita en tocar el clarinete fuera del horario escolar. Al final lo transversal resulta tanta carga que nadie se encarga de ella y queda en saco roto.

También podríamos referirnos a los roles que desempeñan los alumnos y las alumnas en las aulas. O a cómo son percibidos y tratados unos y otras. Incluso reflexionar en torno a la jerarquía de los docentes en la enseñanza, casi siempre vinculada al género o al temperamento: ¿quién es jefe de estudios y cómo actúa? ¿Es posible una jefatura de estudios, o una dirección, en donde se rompa con el modelo masculino-dominante?

La mayoría de escuelas no segregan. No obstante, éste fue un objetivo de ética de mínimos. ¿Cuándo incorporaremos lo puramente femenino en las aulas, en la estructura organizativa de colegios e institutos, rompiendo estereotipos represivos, machistas y obsoletos? Urge luchar por esta noble tarea.

Profesor de Ética y Filosofía