Si no me equivoco, hay pocas películas españolas que cuenten la vida de un instituto en un barrio conflictivo, con alumnos llegados de todas partes y padres que nadie sabe dónde están y profesores desbordados por las circunstancias. Hay bastantes películas así en el cine francés y americano. Supongo que se trata del mismo desinterés que afecta al resto de la población, porque desde hace siglos no ha habido entre nosotros un debate serio sobre los problemas de la educación pública en los barrios donde la crisis se está notando de verdad. Y las cosas no parecen haber cambiado con los nuevos partidos. Podemos, por ejemplo, guarda un insólito silencio sobre este tema.

No es de extrañar el guirigay que se ha montado tras el suicidio de una chica de 16 que había sufrido, si se confirman las sospechas, acoso escolar. Si fuésemos un país normal, estos casos servirían para que se iniciara un debate sobre las condiciones en que ocurren estos hechos. Pero ocurre justo lo contrario: un ejercicio de gritos y acusaciones en que nadie reflexiona. Al conocerse el suicidio, empezaron las reacciones dictadas por la manipulación política. Las autoridades educativas de Madrid decidieron sancionar al director del instituto «por haber permitido el acoso». En las paredes del instituto llegaron a aparecer pintadas que acusaban a los profesores de haber sido cómplices del acosador. Y las sospechas llegaron mucho más allá.

Pero lo asombroso es que el director del instituto había hecho todo lo posible para impedir el acoso contra esa chica. Había seguido el protocolo y había recomendado a los padres denunciar los hechos ante la policía (y los padres lo habían hecho). Los profesores habían creado un banco de alimentos para los más necesitados. Aun así, hay gente que ha decidido culparles a ellos de todo. ¿Es que nadie se acuerda de que los profesores apenas tienen medios para imponer un mínimo de disciplina? Lo más extraño es que nadie se ha acordado del verdadero responsable: el chico acosador. Y esto es así porque el buen rollismo ideológico ha dictaminado que no existe la responsabilidad individual. O sea que nadie debe preocuparse: pase lo que pase, todo seguirá igual. O cada vez peor, aunque también nos dé igual a todos.