No es fácil gobernar. De ahí que el deterioro y la mediocridad de nuestra clase política incrementen más los problemas que las soluciones por falta de personas bien preparadas para la buena gobernanza. Con su afición a la lectura de los diarios deportivos, Mariano Rajoy todavía no debe haber aprendido que anticiparse es virtud fundamental tanto para la prevención como para la solución del juego y de los problemas. Su afición al ciclismo ha contagiado también a la vicepresidenta, Soraya, que confunde el catalanismo político con el Tour y sus metas volantes.

Sin quitar un ápice de responsabilidad al presidente Mas, hay que reconocer que Rajoy con su ley, ley, ley, y ahora queriendo dar porra y grilletes al Tribunal Constitucional, está dando a Cataluña todas las oportunidades para que sea un permanente foco de desestabilización. Si hubiera existido un diálogo, incluso nombrando una comisión que ya sabemos para qué sirven, posiblemente el 27S no hubiera existido. Después de esta fecha, ni Cataluña ni el resto de España serán lo mismo y no precisamente a mejor. Sea el que sea el resultado del escrutinio, el 28 de septiembre próximo se tendrá que seguir gobernando, con mayores heridas abiertas y con mayor incomodidad en la España plurinacional. Como dice el filósofo canadiense Michel Seymour, el reconocimiento es el principio y el fin de la convivencia entre las personas y naciones y, además, los planteamientos radicales de un siglo constituyen normalmente el sentido común del siguiente.

Todo esto me trae el recuerdo de los tranvías con jardinera que circulaban desde el centro de Valencia al Cabañal y viceversa. Se cuenta que antes de la utilización de los motocarros, las peixcateres los utilizaban bien temprano para llevar el pescado fresco hasta el mercado y hasta las pescaderías de los barrios de posición. Al mediodía regresaban con sus enormes cestas de mimbre vacías que posicionaban como podían en la parte abierta de las jardineras junto con una muchedumbre, generalmente hombres, que acudían a casa para comer. Esta situación de agobio favorecía un intenso contacto físico que alguno aprovechaba para deslizar el tacto más de la cuenta. En cierta ocasión, y con el tranvía lleno hasta el estribo, una de aquellas buenas mujeres gritó «ja tenim la mà en la figa, ¿i ara qué?».

Rajoy ya ha conseguido proclamarse líder absoluto de la unidad indestructible de España. Incluso ese galardón puede ayudarle a ganar las próximas elecciones generales. Pero «¿i ara qué?»