Todos los domingos, Alejandro acude al cementerio a cambiar las flores de su esposa. Su mujer falleció hace cuatro meses tras una larga lucha contra el cáncer. El bicho eligió su cuerpo para hacerle daño a ella y a los suyos. «¿Qué le he hecho a mis malditas células para que decidan atacarme?», se preguntaba ella, una y otra vez, en las frías noches de enero. En la enfermedad no hay distinciones entre nobles y plebeyos. En el dolor, no existen jerarquías, ni poderes, ni tan siquiera nadie que pueda enfermar por nosotros. Tampoco existen relojes que paren sus agujas para frenar la agonía. Solamente durante la enfermedad estamos desnudos, los unos a los otros. El amor es la única inyección que sirve a los pacientes para aliviar su tristeza ante la impotencia que supone la soledad de su cárcel.

Tras cambiar las flores del nicho de su esposa, Alejandro solía perderse por los laberintos del camposanto. En la calle de arriba estaba enterrada Gabriela, la mujer de Manolo. Gabriela no estaba enferma cuando murió; ni siquiera sufrió accidente alguno. Gabriela murió por el golpe que le propinó su marido a altas horas de la madrugada, hace exactamente tres primaveras. En mi época „decía para sus adentros un Alejandro entristecido„ las mujeres se casaban encadenadas al patriarcado. Mientras el marido era quien traía a casa el sustento familiar, ellas vivían encarceladas en los fogones de la cocina. El «amor romántico» „en palabras del monaguillo„ era «para toda la vida». «Lo que ha unido el hombre „decía don Gregorio, el párroco de Sotalbo„ que no lo separe el hombre».

¡Cuánto tenían que aguantar las mujeres como Gabriela por no verse desnudas en los prados masculinos! Hoy, el amor emocional ha ganado la batalla al amor romántico. La liberación de la mujer de las garras del patriarcado ha servido para que la convivencia esté sujetad por los hilos de la verdad

Aún así, en palabras del sociólogo, los «amores líquidos» „los amores emocionales„ no están alejados de las sombras del maltrato. ¿Cuántas mujeres con autonomía laboral viven enclaustradas en las celdas de Gabriela? Muchas, respondió la sobrina. La independencia económica es una condición necesaria, pero no suficiente, para luchar contra la lacra de la violencia de género. Solamente los amores tóxicos son candidatos propicios para que las probabilidades del maltrato encuentren su cobijo en parejas, a priori, libres de equipaje. Se entiende por amores tóxicos aquellos en los que uno o los dos de sus miembros tienen la etiqueta colgada de parásitos sociales.

Estos individuos nos los podemos encontrar en todo tipo de escenarios: en la oficina, en la facultad y, lo peor de todo, bajo nuestro propio tejado. Es, precisamente, la convivencia con la gente tóxica la que invita a la crítica, a denunciar la ineficacia de las medidas políticas contra la violencia de género. En lo que llevamos de año, veinticinco mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas. Una cifra escalofriante que pone de manifiesto la magnitud de un problema cuya solución se esconde en los paraninfos de la psicología. Sabiendo que la violencia machista no distingue entre estatus económico, es necesario que abordemos el problema desde el prisma de las relaciones. Es necesario una «alfabetización psicológica» para que los enamorados cuenten en su intelecto con mecanismos suficientes para detectar al verdadero yo que hay detrás de quienes les regalan el oído. Mientras no lo consigamos, mientras sigamos ciegos ante los ojos del malvado, no podremos escapar del veneno del parásito.