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Mujeres sin refugio

No quisiera comparaciones odiosas, pero me parece que la situación de la mujer en nuestro país, con demasiada frecuencia, se parece a la de los refugiados. Vive, a veces, sometida a una convivencia poco satisfactoria, con un dictador-marido que impone condiciones, obliga a renuncias, incluso llega a la violencia. Es cuando una noche, harta de la situación, la mujer coge a los niños y se convierte en refugiada. Huye de su país-hogar y se va a ningún sitio. Con frecuencia con la incomprensión del entorno (mujer, no será tan grave, aguanta por los niños, los hombres son así, en el fondo te quiere, y frases parecidas), con la vergüenza de la duda y la mirada difícil de unos hijos asustados. Empieza un éxodo lleno de obstáculos.

Pero, a veces, demasiadas veces, la mujer-refugiada no llega a serlo, el entorno enturbia sus ideas y el amante-dictador se convierte en asesino, un asesino criado en esta sociedad, educado en esta sociedad, construido por esta sociedad, que cree que tiene derechos imposibles e imagina ser el dueño de la mujer con la que no convive (aunque dice que sí), a que no quiere (aunque dice que sí) a la que no respeta (aunque dice que sí). Es cuando volverá a haber minutos de silencio, concentraciones en la plaza y discursos repetidos pidiendo «que sea la última», aunque sabemos que no será cierto.

Mientras, imagino una manifestación de hombres que reivindican la otra hombría, la de la ternura, del afecto, de la caricia. La hombría de la colaboración, de la convivencia, de la vida en común. Y también la hombría del desacuerdo, si llega, de la ruptura razonable y razonada, de los caminos diferentes, pero siempre la hombría del respeto sin ningún resquicio por donde se pueda colar la supremacía, la imposición, la violencia. Una manifestación que denuncie que lo otro no son hombres, ni maridos, ni amantes. Son criminales, acosadores, delincuentes, personajes sin escusa que hacen este mundo mucho peor.

Necesitamos esa hombría diferente presente en los medios, en la educación, en la política, en la guardería y en la universidad, en la vida cotidiana y en los discursos, en el deporte, en el cine, en el lenguaje y en los gestos. Una hombría que empape la vida con una mirada radicalmente nueva, para siempre.

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