Desde que los ciudadanos, acuciados por la crisis, dejaron de mirar para otro lado y de ser laxos con sus gobernantes, los políticos ya no saben qué excentricidad emprender para volver a congraciarse. Bastaría para empezar la reconquista de la confianza con que les mirasen a la cara, les enumeraran medidas factibles para hacerles la vida más fácil y cumplieran luego con su parte del contrato. Como la política sigue siendo representación y espectáculo, importa más el envoltorio que el género.

En los días previos al pistoletazo de salida los candidatos se subieron en globo, bailaron en variados escenarios, cantaron en platós, comentaron partidos de fútbol por la radio y desfilaron por los programas más populares. Tiempo de trivialidad y desconcierto. Antes, el consejo fundamental de un asesor a su líder en campaña era que procurase no meter la pata.

La presión social surte efecto y está obligando a los partidos a romper con el inmovilismo para reconectar con la sociedad. A los grandes les produce cierta pereza, no tanto por el agotamiento de su modelo ni del bipartidismo como por la dependencia de la pesada carga de cargos y colocados que arrastran. Un ejemplo: el cementerio de elefantes en el que han convertido el Senado, su último reducto porque de nada sirve y a nadie importa. Cuanto más tarden en ser valientes y soltar lastre, más facilidades de consolidación brindan a los rivales.

La Comunitat Valenciana afronta una competición electoral llena de novedades. Quizá en otro contexto menos convulso no habrían sido tantas, pero eso no afecta a los cabezas de cartel, que pese a ser nuevos atesoran amplia experiencia política. Baste señalar a García Margallo o Elena Bastidas, en el PP, o a Ana Botella y Julián López en el PSPV, a quienes se suman Toni Cantó (Ciudadanos), Joan Baldoví (Compromís-Podemos) o Ricardo Sixto (EUPV).

Sin embargo, pese a que los rostros de la campaña resultan conocidos para el gran público, la incertidumbre está instalada sobre el resultado que las urnas ofrezcan hoy. Los partidos tradicionales, PP y PSPV-PSOE, han hecho un gran esfuerzo por renovar sus mensajes y sus ofertas. El Partido Popular que preside Isabel Bonig intenta con todo afán lanzar una imagen de novedad que le aparte de lo que ha sido la historia reciente de su gestión, un ejercicio marcado por la megalomanía que ha sumido a la Generalitat en una crisis económica que amenaza su propia viabilidad. No le va tan mal. Todas las encuestas le sitúan como primera fuerza, aunque con una merma importante.

Los socialistas del presidente Ximo Puig despliegan desde el Gobierno autonómico un abanico de medidas de rescate social que choca permanentemente con la falta de financiación, verdadero ariete contra el Ejecutivo de Rajoy. Por primera vez en democracia, ven amenazado su papel protagonista en la política valenciana por las denominadas fuerzas emergentes, Ciudadanos y Compromís-Podemos, una coalición que en caso de obtener un solo voto más que los socialistas planteará de inmediato una reformulación del llamado Pacto del Botànic, aunque Mónica Oltra señale una y otra vez que el compromiso de los nacionalistas con Puig es para cuatro años.

En cuanto a las otras dos formaciones con posibilidades de obtener escaño, Esquerra Unida aspira a beneficiarse del tirón de su líder nacional, Alberto Garzón, y los magenta de UPyD tienen una última oportunidad para mantenerse en la parrilla.

Estamos probablemente ante los comicios más inciertos de nuestra historia electoral cuando acechan conflictos de mucho calado que exigen para su embride lo mejor de los mejores: un intenso pulso independentista en Cataluña; un terrorismo yihadista que amenaza al mundo libre; una interminable recesión económica que ha agigantado la desigualdad en el reparto del trabajo y la riqueza, y un proceso reformista aún incompleto.

Además, se puede hacer mucho más para reducir el paro que en la Comunitat Valenciana va descendiendo con angustiosa lentitud. Reintegrar a los desempleados en el sistema productivo pasa por aumentar su cualificación, no por el resurgir de sectores con alta demanda de mano de obra poco formada, como los servicios o la construcción. Brindar oportunidades a los jóvenes no consiste en ofrecerles contratos en prácticas mal remunerados, consolidando un despilfarro humano y material. Relanzar la economía no es interferirla sino velar por el correcto funcionamiento de los mercados en igualdad de condiciones y oportunidades.

Los desfavorecidos siempre tienen que contar con ayuda y quien necesita verdaderamente un rescate es la sufrida, y mayoritaria socialmente, clase media. La crisis la condenó a un doble castigo. Por un lado, el de ver sus salarios estancados y sus empleos precarizados. Por otro, el de padecer impuestos multiplicados para tapar los agujeros del déficit y la deuda. La transformación del país no puede pararse por un mapa político fragmentado que desincentive la regeneración.

Los sondeos ofrecen disparidad de resultados en todas las provincias. Detectan mucha volatilidad en el voto, un porcentaje de indecisos de hasta el 40 % y preferencias muy repartidas. Todo va a depender de los acuerdos poselectorales, que no deberían impedir un gobierno estable y con ideas claras ante los desafíos que le aguardan. Habrá que prepararse para una nueva cultura de pactos, en los que la sociedad española, desde que consensuó la transición, dejó de entrenarse. La principal responsabilidad recae ahora mismo en los electores. En que vean, comparen, elijan y voten a las opciones que crean capaces de resolver sus dificultades, no de plantearles otras nuevas.