Hemos tocado fondo. La corrupción institucionalizada„ lo más parecido a la Cosa Nostra-, ha saltado. «Esta batalla, por fin, la ganamos los justos, le dijo Blanquerna al Maligno, pese a tener conchabado al notario, escribano al fin». La rancia caverna valenciana, basada sobre falacias y miserias, tiene un problema que no se arregla con refundaciones.

En los pasillos el parlamento siciliano, ubicado en el palacio de los Normandos en Palermo, se anuncia la existencia de la comisión antimafia. Impone el despacho presidencial de la junta que combate la lacra mafiosa, contiguo a la sala de plenos, vecina de la impresionante Capella Palatina del siglo XII, repleta de historia, de mosaicos y de escudos cuatribarrados de la Corona de Aragón. En la Comunitat Valenciana, con flora y fauna siciliana, tenemos nuestra particular institucionalización de cohechos y malversaciones. Tanto allí como aquí, la hipocresía y el cinismo presiden el triángulo que conforman: política, negocios y mafia. Casi todo se intuye y se sabe, pero impera el silencio absoluto. Las leyes impiden el acceso a la información y a la denuncia con garantías. Los delincuentes tienen ventaja. Silencio fuera, silencio dentro. Silencio culpable que necrosa e incrimina. Hasta el monumento que recuerda los brutales asesinatos de los magistrados Borsellino y Falcone, pasa casi desapercibido en el trayecto de Palermo al aeropuerto que lleva el nombre de las víctimas. Nada fue igual a partir de ese mayo-julio de 1992. Los sicilianos dieron un paso adelante.

No interesa hablar acerca del clima de corrupción y violencia del que, desde entonces, se comenzaron a liberar los sicilianos. Los gestos y las resistencias son importantes. La opinión pública no existe si no es contra algo. Se ha de ir al fondo de la cuestión. No basta con descubrir a los delincuentes, sicarios y comisionistas, que actúan por cuenta de otros. Nos acostumbramos a vivir con amenazas revoloteando sobre nuestras cabezas. Aunque sean sintomáticos los silencios, algunos conocemos las consecuencias de los costurones, del miedo y de la intimidación. Delitos contra intereses públicos, civiles y mercantiles. Ante la insidia lo que importa es resistir. Plantarse con firmeza frente al mal que contamina.

Fue Nietzsche quien afirmó que «Dios está muerto y nosotros fuimos quienes le dimos muerte». No estoy por la filosofía sino por la convicción de que cuanto nos afecta a los valencianos, desde hace tiempo, se debe a que fallamos por acción u omisión. La delincuencia organizada produce vergüenza ajena y genera repulsión. La renovación es responsabilidad de quienes rigen la política, las organizaciones o las instituciones, y de otros que les precedieron. No más condescendencia con adictos y psicópatas sociales.

La última semana ha marcado el record de ignominia y vileza en el funcionamiento de la sociedad. Muchos se preguntan: ¿Qué más ha de pasar para que los valencianos reaccionemos contra el mal y a favor de la majestad de los principios? ¿O tan siquiera a favor de nuestra dignidad y supervivencia como pueblo? Los acontecimientos han derivado en detenciones y procesamientos de implicados en sumarios de corrupción. Completan un cuadro deprimente, por la vulneración de los valores que rigen la conducta civil. Hemos visto como se ensalza y apadrina a los delincuentes sobre la gente honorable. No basta que el delegado del Gobierno del PP, Serafín Castellano, sea detenido por la policía que está a sus órdenes. No es suficiente que un conseller, Rafael Blasco, arrumbado por los socialistas de Joan Lerma por malas prácticas, resurja hasta ser conseller en seis ocasiones más, para acabar en prisión. Los registros y detenciones de la pasada semana recuerdan los episodios del caso Naseiro en 1990. Desde entonces todos los tesoreros de Alianza Popular y del PP en la sede central de Génova han sido encausados. ¿Cuántos impresentables siguen en puestos relevantes?

Quienes actúan en clave progresista no han de bajar la guardia. Las fuerzas conservadoras desvían la atención. Por ahí no hay salida. La respuesta de los electores será implacable en esas elecciones que ansían repetir. El corrupto es inaceptable y reprobable. La corrupción solivianta a los ciudadanos. Cada vez es más insoportable el hedor del silencio y la connivencia. La complicidad, al fin, con conductas transgresoras que complican el entendimiento, el diálogo y el pacto por un país más justo. El president Ximo Puig debería crear la comisión antimafia CV contra la corrupción organizada. No basta decirlo, hay que hacerlo.