Por lo que he leído, me parece impecable la propuesta de la presidenta del PP para reflotar una nave que va a la deriva. Con ello se lograría elegir en unas primarias a los nuevos líderes, lejos de la influencia de Génova que seleccionó a los anteriores con un resultado que merece el olvido. Que además, por fin, crearía un grupo de diputados exigentes en Madrid, capaces de negociar sus votos a cambio de ventajas e inversiones en nuestra tierra.

Pero hay que ser realista y entender que eso nunca lo tolerará Génova, porque abriría la puerta a 17 autonomías con las mismas pretensiones, convirtiendo a Madrid en lo que era el PSOE antes de la guerra del 36, en una federación de partidos socialistas únicamente sometidos a acuerdos en la FPS y cada cual a lo suyo. Vamos, lo que destruyeron González y Guerra para poder llegar a la Moncloa. Y con esa lección, Génova no va a aceptar el proyecto. La política es, sobre todo, acumular poder y no se puede aceptar nada que lo recorte.

La solución es caminar en un trazado inverso. Es decir, creando un gran partido autonómico, con un nombre que no despierte rechazos en Castelló ni en Alicante, con líderes fuertes y suficientes recursos económicos como respaldo. Y llegadas las elecciones sería el momento de crear una coalición condicionada con el PP, caminando juntos pero no revueltos como el PSUC en Cataluña. Se dirá que es algo difícil y de largo trayecto. Pero de menos surgió Podemos y ahí está.

De modo que a por la doctrina Bonig, pero al revés, de fuera a dentro. O no será. Y lo lamentable es que hasta que no tengamos un partido que esté libre de compromisos, los valencianos no seremos nada sin ministros ni proyectos, con solo los restos y mucha palabrería, soluciones que nos descuelgan del desarrollo y la modernidad. Y eso se paga.