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En un laberinto diabólico

A ningún partido le salen las cuentas. Los datos son bastante claros. El PP no ha ganado las elecciones generales, pero ha sido el partido más votado y el que tiene más diputados electos. El PSOE ha perdido las elecciones, en número de votos y en diputados electos: el peor resultado de toda nuestra historia democrática. Podemos y Ciudadanos han quedado en tercer y cuarto lugar en votos y escaños, lo que supone un éxito extraordinario, resultado de los errores del PP y del PSOE. Pero ninguno de los cuatro partidos más votados puede gobernar por sí solo. Todos parecen estar en un laberinto sin salida, dos meses después de celebradas las elecciones.

Rajoy hizo lo correcto declinando dos veces la posibilidad de presentarse en el Congreso para obtener la investidura. Hizo lo correcto porque no tenía la mayoría suficiente ni en primera ni en segunda vuelta para ser investido. Y transcurridos dos meses desde las elecciones generales la situación lejos de mejorar para él, al contrario, ha empeorado. La corrupción acorrala cada vez más al PP y Rajoy ni se reúne, ni dialoga, ni consigue adhesiones. Incluso Rivera ha dicho que quien no es capaz de limpiar su propia casa difícilmente puede liderar una operación de limpiar la corrupción de la faz de España.

La única coalición de dos partidos que podría obtener una mayoría suficiente para gobernar sería la del PP y el PSOE. Pero este pacto parece imposible: desde luego España no es Alemania, pero tampoco debiera ser Grecia o Venezuela. PP y PSOE tienen problemas de diálogo y de coincidencia en el ámbito de las ideas. Claro está, existen coincidencias en los grandes temas de Estado, por todos conocidos. Pero a partir de tres o cuatro coincidencias todo lo demás son discrepancias: en educación, en sanidad, en pensiones, en seguridad ciudadana, en política fiscal y un largo etcétera.

El PP dice estar dispuesto a corregir las políticas en que existen discrepancias, pero a estas alturas sus rectificaciones son desconocidas, más allá de generalidades, y son poco creíbles. Además, Rajoy pone como línea roja que el Gobierno que pudiera constituirse (a dos y también a tres) tendría que ser presidido por él. Y a esta línea roja se contraponen las del PSOE y de Ciudadanos que no aceptarían, en el caso hipotético de un Gobierno de coalición, que su presidente fuera Rajoy. La incapacidad para dialogar que el presidente del PP ha acreditado en los últimos cuatro años no le convierte en el más idóneo para afrontar las muchas reformas que es preciso abordar por esta legislatura, que exigen un derroche de tolerancia y flexibilidad.

Por lo que se refiere a Podemos, resulta evidente que tiene enormes limitaciones para llegar a la Presidencia del Gobierno. No es posible que alcance acuerdos con el PP y con Ciudadanos, y el PSOE no aceptaría un Gobierno presidido por Iglesias. De manera que no serían suficientes para la investidura de Iglesias los votos de Podemos, de la antigua IU, y la de los independentistas catalanes, vascos y gallegos. Pero hay que decir siempre que se habla de Podemos «por ahora», porque los líderes del citado partido son un ejemplo permanente de travestismo ideológico que recuerda a Groucho Marx. La idea de gobierno de Podemos hoy (o quizás ayer) parece pura imitación del Frente Popular de la Segunda República, o del chavismo. Pero mañana puede ser la ideología socialdemócrata, y pasado mañana podrían presentarse como la nueva derecha europea. Del mismo modo que el monarca francés dijera que París bien valía una misa, el Gobierno bien vale cortase la coleta. Porque resulta evidente que lo único que importa a Podemos es el asalto del poder.

Sánchez no puede por sí solo obtener la mayoría para ser investido. Y tampoco la tiene en coalición con Ciudadanos, partido con el que tiene mayores coincidencias programáticas. Y esto porque la coalición con Ciudadanos impediría atraer los votos de Podemos, de los partidos nacionalistas y también del PP. Pero lo cierto es que el candidato socialista puede ser investido en coalición con Podemos y aliado con los partidos nacionalistas. Entonces le saldrían las cuentas, aunque el PP y Ciudadanos votarán en contra de su investidura. Pero este escenario frentista produciría no solo una conmoción y posible destrucción interna del PSOE, sino la antesala de conflictos territoriales derivados de las exigencias de los independentistas, y la deriva hacia un populismo suicida conducido por la veleta ideológica de Podemos.

De manera que parece que para urdir un pacto en el escenario político español, para salir del laberinto, es necesario un actor capaz de dialogar y conciliar a los otros grandes actores, es decir, el PP y el PSOE. Y no cabe duda de que esa posición la ocupa Ciudadanos. Lo ha demostrado hasta la fecha llegando a acuerdos de gobernabilidad con el PSOE en Andalucía y con el PP en Madrid. La capacidad de Rivera para hablar con unos y otros (incluso con Iglesias) está más que demostrada. De manera que no es difícil llegar a la conclusión de que la salida del laberinto en que se encuentra la política española pasa por Rivera.

Como resulta evidente que ni Rajoy ni Sánchez, ni sus respectivos partidos, aceptarían estar en un Gobierno presidido por «el otro», o por otros de sus respectivos partidos políticos, el patriotismo de ambos líderes y de sus respectivos partidos políticos debiera consistir en aceptar que el Gobierno fuera presidido por Rivera, en el que los vicepresidentes no fueran ni Rajoy ni Sánchez. Tanto el PP como el PSOE tienen miembros que podrían desempeñar con eficiencia dichas funciones. Pues, de no ser así, no parece que pueda haber un Gobierno equilibrado, capaz de abordar reformas, y a la vez de generar confianza en la inmensa mayoría de los españoles, en la Unión Europea y a nivel internacional.

Es la hora de soluciones que tengan en cuenta los intereses de los españoles y no la de líderes que nos dicen una y otra vez: yo, yo, yo y después yo. El patriotismo de Rajoy no puede consistir en exigir que PSOE y Ciudadanos le apoyen para lograr la presidencia del Gobierno. Su incapacidad de diálogo y de liderazgo, acreditada con creces desde que ocupa la Presidencia del Gobierno, no lo hacen aconsejable. Y Sánchez, que ha sido derrotado claramente en las elecciones generales tampoco puede presentarse como la persona idónea para una situación como la presente. El diálogo entre la derecha y la izquierda no puede tener como eje al PSOE, como pretende su secretrio general, salvo que el PSOE renuncie a ser la izquierda española, homologable a nivel europeo, como lo ha sido hasta ahora, plantando cara al populismo y al independentismo, que no son ni de derechas ni de izquierdas, sino puro oportunismo basado, entre otras causas, en las debilidades coyunturales del PSOE y del PP.

En tiempo de patriotas es necesario que algunos líderes políticos hagan sacrificios personales importantes. Y si no están en disposición de hacerlos, sus partidos deberían exigírselos. En nuestra democracia no hay personas imprescindibles, lo único imprescindible es que los políticos, sean cuales sean, tengan sentido de Estado.

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