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¿Quién es nadie?

Así como Rita Barberá ya tarda en dimitir, porque sea cual sea el resultado de lo que se investiga es evidente que su implicación por acción, omisión o incumbencia en los hechos es indudable y porque la gravedad de la naturaleza de lo investigado es manifiesta y contraria al bien común; así, por el contrario, Rita Maestre, la portavoz del ayuntamiento de Madrid, no debería dimitir, sea cual sea el resultado del juicio al que está siendo sometida: la levedad de la naturaleza de lo que se le acusa no creo yo que la inhabilite para el ejercicio de la política. Por participar hace cinco años en una protesta pacífica y mostrar su torso desnudo nadie debería ser sometido a juicio. Si alguien se sintió ofendido por lo que ocurrió, la ofensa quedó saldada con las disculpas de la concejala (aceptadas por el arzobispo, pero no por el capellán de la capilla donde sucedieron los hechos). Que pueda ser condenada a un año de prisión es una pena desproporcionada para una causa tan pequeña: es cierto que una capilla es un lugar simbólico, tan simbólico como un parlamento o cualquiera de los lugares en los que algunas mujeres protestan despelotándose: en el mejor de los casos, algo legítimo; en el peor, una tontería sin mayor importancia, más cercana a los jolgorios y alegrías de la imaginación que a las tristezas y miserias del delito. Eso sí: la confluencia de voluntades político mediáticas ya ha encontrado más leña para la hoguera contra el ayuntamiento de Madrid. Nadie se plantea, sin embargo, el fondo-fondo de la cuestión que provocó la protesta de Rita, la joven airada: ¿por qué, en un Estado aconfesional, deben existir capillas católicas (o no) en las universidades públicas, mantenidas con fondos públicos?

Sobre la corrupción ya hemos dicho lo sustancial: sólo nos queda asistir con cara de espanto al goteo incesante de los accidentes. Hemos hablado mucho, pero no demasiado, de los corruptos: corremos el riesgo de banalizar la cualidad por el número y de olvidar el inmediato pasado para dejarle sitio al presente. Pero ese es un riesgo que no tiene alternativa. Hemos hablado muy poco de los corruptores, a pesar de que la avaricia de los ricos es más despreciable: tienen mucho y quieren más. También hemos hablado de los héroes y de los arrepentidos: individuos que tiraron de la manta para que viéramos los pies desnudos y sucios de tanto prohombre. Hemos hablado de los jueces insomnes que tejen el sudoku de las causas con paciencia. En fin, puesto que todos somos por acción, omisión o distracción, hijos del cuerpo del delito, me van a permitir un «¡Viva la Guardia Civil!», de la que no hemos hablado casi nada, pero que ahí está trabajando por la patria y en todas las salsas. Sin que sirva de precedente, claro.

El GAV sigue emitiendo certificados de valencianía y dictámenes de traición. ¿Quién es el GAV? ¿Quién coño es el GAV? ¿Quién coño es nadie?

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