Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que las bibliotecas eran lugares donde únicamente se ofrecían libros, y quienes las visitaban sólo podían elegir entre leerlos allí o llevárselos a casa en préstamo. No había más posibilidades porque la modernidad, el progreso, la informática no se había decidido a entrar en estos almacenes de sabiduría. Pero al final entró, y entonces las cosas cambiaron radicalmente. Desaparecieron aquellos ficheros antediluvianos que servían a los bibliófilos para disfrutar localizando libros, y aparecieron espacios nuevos para dar variedad al páramo de papel y quietud que habían sido hasta ese momento las bibliotecas.

Todos los centros de lectura contemporáneos reservan buena parte de su espacio a los ordenadores, y eso les ha proporcionado tanto dinamismo que acuden diariamente personas que antes, con la opción única de libros y más libros, no habían pisado jamás una biblioteca. El silencio, que durante siglos ha sido proverbial en estos establecimientos, ha perdido calidad a causa del tecleo furioso y la cháchara incesante que los inunda, pero todo lo compensa la cantidad enorme de nuevos prosélitos de la cultura. Las nuevas bibliotecas cuentan, además, con salas amplias y climatizadas, completamente asépticas e impersonales, para que los estudiantes puedan abandonar sus hogares, desestructurados o no, y preparar exámenes con el debido sosiego.

Y por si esto fuera poco, la nueva ciencia biblioteconómica establece que no puede haber ningún local desprovisto de salones multidisciplinares que tan pronto albergan una conferencia como un cinefórum o un debate político. La lectura desaparece poco a poco y las bibliotecas, para no extinguirse, inventan alternativas. Las bibliotecas dejan de ser meros almacenes de libros para ser ciudadelas de una cultura muchas veces descafeinada, foros de un conocimiento cada vez más frivolizado, encrucijadas polivalentes, recintos donde la diversión, el visualismo y el wifi envuelven con tal intensidad al usuario que la lectura se va refugiando en los rincones, en los ángulos muertos y en los altillos. Llegará el día en que las bibliotecas ampliarán tanto su oferta que podrán prescindir de los libros.